Liderar, un ejercicio al alcance de unos pocos

Los verdaderos impulsores de cambios en la historia, ya sea de la humanidad o de una organización, pueden ser considerados héroes; llevan adelante una actividad difícil para la cual no solo hay que prepararse, sino que se debe tener algunas condiciones especiales. El #liderazgo es un ejercicio que implica un gran esfuerzo, paciencia y convicción y esas tres actitudes necesitan de ciertas cualidades personales para su desarrollo.

¿Por qué no todas las personas que se esfuerzan son pacientes y están convencidas de lo que quieren, pueden liderar? No todos podemos desarrollar esas actitudes en la misma medida por una cuestión profunda del carácter. El carácter de una persona viene definido por la integración en su personalidad de los #ideales básicos en los que cree.

Como expone el filósofo argentino José Ingenieros, en su ensayo El hombre mediocre: «Los ideales son […] reconstrucciones imaginativas de la realidad […] suelen ser patrimonio de una selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes». Pareciera que todos tenemos ideales, pero, como dice Ingenieros: «llamar idealismo a las fantasías de mentes enfermizas o ignorantes que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrase, es una de las tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas». ¡Cuántas experiencias de personas salvadoras que llegan a los equipos sin verdaderos ideales! Qué pocos de esos supuestos líderes elegidos tienen un ideal que vaya más allá de sus propios intereses. Los verdaderos líderes en toda organización son buscadores de la verdad, promotores del bien común y contempladores de la belleza, los tres ideales básicos de la #sabiduría; algo que José Ingenieros define en su excelente ensayo, y que va más allá de un ideal egoísta.

Como decía Confucio, aunque todos los seres humanos son sabios en potencia, en realidad eso sucede raras veces. Casi todos los seres humanos existen en un estado lamentable. Platón exponía que la pena más pesada por negarse a liderar es ser liderado por alguien inferior. Lo lamentable en estos tiempos es que hemos sustituido la verdad por la ignorancia, el bien común por el individualismo y la belleza por el todo vale.

En su mayoría los mediocres no son capaces de asumir su papel de liderados e intentan destruir la confianza y autoestima del que pretende hacerlos cambiar. Las peores técnicas para este ataque no solo son las del enfrentamiento directo, sino las de la mentira, la ridiculización y la humillación, prácticas habituales en personas mediocres resistentes a los cambios. Esas prácticas son tan comunes en mi hermosa tierra hispánica, que el deporte nacional es la envidia. Valle-Inclán comentaba que la envidia es la técnica de los mediocres para que todo el mundo sea como ellos. Desgraciadamente, en muchas sociedades ese comportamiento envidioso es práctica común en las relaciones entre personas e impide el surgimiento de verdaderos líderes. En proyectos en los que participo como consultor, veo y admiro a personas que se movilizan con un interés de ir más allá que la mera consecución de los resultados, que se la juegan en su afán de transformar las organizaciones en las que trabajan para lograr que evolucionen hacia un mundo mejor. No se da este comportamiento en personas que tengan puestos con más responsabilidad, son en general personas que, independientemente de la jerarquía, tienen ese ímpetu por mera vocación.

Transformar una organización es romper con un status quo establecido y esto requiere valentía y desgasta la autoridad del que lidera, por eso no todo el mundo está dispuesto ni puede hacerlo. Como dice Heifetz: «Liderar es vivir peligrosamente, porque cuando usted ejerce el liderazgo, cuando conduces a las personas a través de un cambio difícil, desafía lo que ellas más aprecian […] quizá sin poder ofrecer otra cosa que una posibilidad».

Necesitamos líderes que actúen con ideales y pragmatismo.

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