Informar no es comunicar, para comunicar hay que conseguir una conexión que nos lleve a una acción en común.

Una buena comunicación es la clave para conectar y transmitir confianza con otras personas y así generar un ambiente necesario para compartir acciones comunes, pero existe una gran confusión sobre lo que es una buena comunicación y tendemos a no diferenciarla de lo que solo es informar.

Muchos de nosotros nos limitamos a transmitir información en nuestros escritos y charlas. Transmitir mensajes no deja de ser una mera acción informativa, una verdadera comunicación necesita de un intercambio de puntos de vista con el objetivo de llegar a un acuerdo que genere una acción común, como su propio nombre indica: común/ic/acción.

Cómo dice Leo Batuta en su estupendo ensayo Focus, estamos malgastando nuestra vida con tanta distracción a mensajes informativos y casi ninguna comunicación. Nunca la humanidad ha estado tan distraída cómo ahora, las notificaciones del e-mail, Twitter y mensajes de Facebook, una fila de pestañas abiertas en el navegador y los móviles siempre encendidos. Estamos hasta el cuello con la corriente de la hiper-información, pero estamos muy poco comunicados.

Hay muchos modelos que se centran en cómo transmitir una información, que hablan del emisor, el receptor, el mensaje, etc., pero pocos ayudan a completar el proceso para convertirlo en una verdadera comunicación.

Un proceso de comunicación ha de pasar por cinco etapas si queremos que sea completo:

1.- Definir bien el propósito, es decir, transmitir para qué y cuál es el objetivo de necesitar comunicarnos con el otro o los otros. Muchos son los ejemplos en los que procesos de comunicación han sido deficientes por no abordar esta primera etapa. Si se asiste a una reunión donde no se conoce el propósito, si nos citan a una entrevista sin saber cuál es el objetivo, si pedimos conversar con una persona si decir para qué, etcétera, se está provocando una actitud defensiva de la parte que no sabe el para qué, lo que impedirá una apertura necesaria para conseguir el propósito. La importancia de transmitir de manera manifiesta el para qué necesitamos comunicarnos con los demás es la prioridad para efectivizar el proceso comunicativo.

2.- Dejar que la otra parte nos informe de su punto de vista sobre el propósito. Es importante ser conscientes de que la otra parte ha de empezar a informarnos antes de expresar nosotros nuestras ideas. Existen técnicas de indagación interesantes que ayudan a que la otra parte exprese de manera abierta su información sin nuestra influencia. El tan de moda y denostado coaching no deja de ser una buena técnica que ayuda mucho durante esta etapa. Preguntar de manera neutral, dejar un espacio de libertad donde la otra parte pueda expresarse y no juzgar lo que dice son comportamientos necesarios para dejar que las personas hablen.

3.- Escuchar sin tener que realizar un esfuerzo por oír. Hoy oímos muchas cosas, pero somos incapaces de escuchar, pues se trata de atender, es decir, de orientar los sentidos hacia el otro para interesarse de su información, y de entender. Captar el mensaje que la otra persona está transmitiendo y, sobre todo, tolerar el otro punto de vista, aceptar que su información tiene un marco de referencia, quizás diferente al nuestro, pero cierto e importante que necesita sea tomado en cuenta para la acción común. La verdadera escucha es una participación activa, tener en cuenta lo que la otra parte informa para la decisión final, es decir, ser conscientes de que la posición de la otra parte es lo único que nos une para crear algo común.

4.- Exponer nuestra información y nuestro punto de vista. Aquí la asertividad nos ayuda en la transmisión de mensajes de manera clara y abierta. Para ser asertivo hay que fundamentar con argumentos nuestra información y nunca contraponerla a la información recibida anteriormente. Tendremos dos puntos de vista diferentes pero ciertos, dos marcos de referencias distintos pero complementarios, por lo que lo que faltaría un consenso para completar el proceso.

5.- Llegar a un acuerdo sobre qué acción común vamos a emprender. Aquí el debate, el diálogo, la confrontación (bien entendida) y el acuerdo final son fundamentales. Lo acuerdos se pueden lograr de diferentes maneras, pero el consenso para una comunicación perfecta es la mejor de ellas, ya que la decisión final es participada por todos los involucrados en el proceso. Las acciones decididas de cada parte no tienen que ser iguales, pero si consensuadas. El consenso es difícil de alcanzar, por tanto la decisión final no concordará al cien por cien en nuestra posición. Para lograrlo, algunas recomendaciones importantes son las de no discutir acerca de juicios individuales y hacerlo teniendo como base la lógica del objetivo de la comunicación, tampoco hay que evitar el conflicto cambiando de opinión solo por llegar a un acuerdo, y por último hay que ver las diferencias como una ayuda en vez de un estorbo en la toma de decisión.

Evolución de las organizaciones: Hacia la holocracia

Está probado que conforme los grupos van aumentando su disposición a involucrarse más en la toma de decisiones, fruto de la experiencia y motivación por el trabajo realizado, la organización y el estilo de dirección del grupo debe de ir cambiando para que los resultados sean más efectivos.

Si aceptamos que la cultura va cambiando a un ritmo más elevado que nuestra genética, queda claro que deberemos adaptar una organización grupal conforme va evolucionando la cultura para poder sostener en el tiempo los cambios que se produzcan. Hay que aceptar que cada cambio que no es genético se va superponiendo en la cultura anterior en vez de sustituirla, por ello y a pesar de los años de evolución cultural, siempre quedan comportamientos ancestrales que interactúan con los nuevos. Esa mezcla cultural hace que en una empresa o institución puedan convivir distintos estilos de dirección y organización más o menos adaptados a la situación de cada momento.

Si unas personas inician una actividad grupal con inseguridad y baja capacidad, la mayoría de las veces por falta de confianza o inexperiencia, necesitarán un estilo de dirección y organización que aporte seguridad y aclare las tareas a realizar. Este estilo impulsor e instructivo tenderá a una organización centralizadora, es decir, las personas que asumen la responsabilidad de dirigir el grupo deberán situarse en una posición central donde puedan interactuar con todos los miembros. Este tipo de organización solo se debería de dar en etapas iniciales de la vida de un grupo y también en relación al número de personas que lo componen, pues en una posición mono-cefálica (una sola cabeza) los que dirigen tiene la capacidad limitada para dar instrucciones. En cuanto la disposición de las personas comience a aumentar, fruto de una participación en las ideas, el estilo de dirección ha de cambiar y se debe poner en marcha una reorganización.

Evolucionar en la forma de dirigir conforme aumenta la disposición y capacidad del grupo no es fácil, pues la posición de autoridad y jerarquía que aporta el ser la única cabeza responsable dota de un poder de influencia sobre los demás que es muy atractivo. Además, el propio grupo se acomoda a esa estructura mono-cefálica a pesar de la desmotivación que ella pueda ocasionar.

Parece que las sociedades humanas requieren de jerarquías, muchas de ellas imaginadas, para ser dirigidas; es una organización más fácil en un primer momento de actuación, a pesar de que con el tiempo generan una injusta discriminación. Como expone Harari en su estupendo ensayo De Animales a Dioses: “Una y otra vez, la gente ha creado orden en sus sociedades mediante la clasificación de la población en categorías imaginadas. […] Todas estas categorías han regulado las relaciones entre millones de humanos al hacer que determinadas personas fueran superiores a otras desde los puntos de vista legal, político o social”. Por tanto, debe de hacerse un esfuerzo por cambiar tanto el estilo de dirección como la organización antes de que se agraven el desempeño y las relaciones.

Cuando se observa que el grupo empieza a estar más interesado en la participación y que puede aportar ideas para la toma de decisiones, aunque sea una situación temprana, es el momento de empezar a delegar y caminar hacia una etapa organizativa transitoria. Esta evolución consiste en el traspaso de más responsabilidad al grupo para que entre ellos se organicen de forma autónoma sin ninguna persona designada que les dirija, es decir, permitiendo la auto-organización.

El objetivo es llegar a una organización en equipos autónomos y con metodologías ágiles donde la autoridad y la toma de decisiones se distribuyan de forma horizontal en equipos transversales integrados entre sí. A esta organización en equipos autónomos capaces de trabajar de forma independiente de la jerarquía, pero interdependientes entre sí, se les denomina de distintas formas como holocracia, células de trabajo, squads, o tribus.

Tenemos muchos ejemplos de este tipo de organización integradora en proyectos estratégicos que abordan algunas empresas, como migraciones generales de sistemas informáticos, expansión internacional a otros países, lanzamientos de nuevas áreas de negocio, etc. Esta organización requiere de una participación de todos en la toma de decisiones, una vez que todos hayan aceptado y comprendido el desafío o propósito del equipo. También necesita de una estructura más flexible en la determinación de los roles, contando que el intercambio y ayuda mutua en las tareas es imprescindible. Por último, ha de tener unos procesos más ágiles y sencillos, ya que las relaciones informales son en sí mismas una forma de comunicación efectiva para la toma de decisiones consensuadas

Por tanto, cambiar la organización delegando el poder de las decisiones en los niveles ejecutores, limitando el poder de los niveles jerárquicos, ajustando las estructuras a las personas que componen el grupo y agilizando los procesos para fomentar las relaciones entre los integrantes, es la única forma de evolucionar en la dirección y organización empresarial. Hay una clave: el desarrollo de la habilidad para trabajar en equipo; una forma de trabajar que debemos aprender, pues no nos viene impreso en nuestros genes y la herencia cultural lo ha ido olvidando en estas últimas décadas de individualismo.

La organización de un grupo de personas para formar un equipo

Ayudándonos de alguna experiencia propia en organizar grupos para algún proyecto, podemos definir cuáles son los elementos que garantizan la buena organización hacia la formación de un equipo.

El propósito y la estrategia consensuada

El primer elemento fundamental en toda organización sería asegurarse que el grupo tiene claro el propósito y lo comparte. Este elemento en las organizaciones humanas es prioritario. En la organización de un grupo se ha de definir la misión y asegurarse de una buena comunicación y aceptación por parte de las personas del grupo. Junto con el propósito hay que definir de manera consensuada la estrategia y los planes de acción, es decir, cómo vamos a conseguir ese propósito, los caminos y las tareas que habrá que realizar para llegar a conseguir el objetivo del grupo.

Estos dos elementos, propósito y estrategia, conforman un primer par de elementos en la organización grupal, uno sin el otro no se puede dar. Son la parte primaria de la organización del grupo y en la que se basan todos los demás aspectos de organización. Si un grupo empieza su andadura sin establecer objetivos y estrategias será muy difícil organizarse. No es muy efectivo definir un objetivo sin detenerse a pensar en la estrategia o viceversa, estrategias que, aunque minuciosamente definidas tienen una deficiencia en el objetivo, es decir, que no se tiene claro dónde se quiere llegar, son improductivas.

La flexibilidad en los roles en función de las personas

La estrategia y planes de acción van a definir tareas que hay que realizar y deben especificarse en unos roles determinados. Es necesario agrupar las tareas en distintos roles que determinen una sinergia en función del esfuerzo, las características y la relación entre ellas. No es efectivo que todos hagan de todo ni todo sea responsabilidad de todos. Es importante que al definir estos roles debe tenerse en cuenta las cualidades de las distintas personas que componen el grupo; por tanto, la distribución de las distintas personas del grupo entre los roles a desempeñar será flexible. Las personas no tenemos los mismos talentos para el desempeño de los roles. Habrá que ajustar cada rol funcional a la persona responsable.

Estos dos elementos, estructura de roles y personas, conforman el segundo par importante en el que de nuevo uno sin el otro es imposible para una eficacia en la organización. Si determinamos unos roles perfectos en su definición estructural pero no existe persona con las cualidades necesarias para ejecutarlo, estaremos perdiendo el tiempo. Tampoco es válido tener personas con altas capacidades y talento y no definir cuáles serán sus responsabilidades, ya que esas personas no sabrán cómo aprovechar sus competencias y tenderán a desmotivarse y frustrase al no poder evaluar de forma clara sus resultados medidos en el cumplimiento del rol.

Importancia de formalizar las relaciones con procesos

Por último, una vez definidos los roles y las personas que se responsabilizarán de llevar término las estrategias para conseguir el propósito, deben definirse las interacciones a nivel de información y comunicación que serán necesarias para que el grupo conozca en cada momento la situación del trabajo y pueda controlar el cumplimiento de los planes o la corrección de los mismos. La definición de la interacción se realizará marcando las relaciones necesarias entre las distintas personas del grupo, ya sean a nivel individual o grupal.

Estas relaciones deben formalizarse en unos sistemas o procesos de información y comunicación. Mantener relaciones es muy importante, pero si no están formalizadas pueden ocasionar muchos problemas en los grupos de trabajo. No se trata de evitar las relaciones informales entre el grupo, estas siempre existirán y son muy necesarias para las organizaciones humanas, pero hay que definir cuáles son formalmente imprescindibles para que la información fluya a la hora de la toma de decisiones.

Por tanto, la definición de relaciones y su sistemática serán el tercer par que completa una buena organización de un grupo. Las relaciones sin procedimientos o sistemas no son muy efectivas. Muchos grupos establecen formas de relaciones amplias y profundas entre sus miembros, y es cierto que en un principio fomentar este elemento en la organización es positivo, pero si no hay un proceso o sistema de comunicación establecido para delimitar cuáles de esas relaciones son necesarias en la toma de decisiones, el chismorreo y la hiper-comunicación terminarán por deteriorar los vínculos que se hayan establecidos. Por el contrario, establecer sistemas o procedimientos de toma de decisiones que no fomenten las relaciones entre las personas promoverá que el proceso se vuelva automático sin la efectividad del análisis emocional ni la flexibilidad que necesita toda toma de decisiones.

¿Cómo es la organización más efectiva de un grupo de trabajo?

Organizar un grupo de personas hacia un fin determinado ha dado lugar al desarrollo de muchas teorías en toda la bibliografía empresarial. Quizás es el proyecto en el que más esfuerzo se invierte por parte de los dirigentes de empresas, asociaciones e instituciones. Lo que en otros animales viene por herencia biológica, es decir, por un código genético que regula la actividad social (la perfecta organización de los insectos es un claro ejemplo), en el ser humano lo tenemos por herencia cultural, por un código de tradiciones. Nuestros genes no nos marcan nuestro rol dentro de una organización grupal, pero la tradición y la educación nos ofrece una guía para vivir en sociedad repitiendo lo aprendido de una generación a otra. El éxito de nuestra evolución es que en cada generación esos caracteres van generando nuevos patrones de conducta.

Cuando varias personas se unen en torno a un propósito común en un grupo de trabajo, este debe ser conducido de manera comunal por medio del entendimiento común y con ese instinto de sociabilidad desarrollado en nuestra evolución. Si esto se consigue, el desarrollo y la solidez del grupo estarán garantizados. A través de la historia observamos que hemos sabido organizarnos en clanes y en familias, en gremios y sociedades, en asociaciones y cooperativas que son ejemplos de buenas organizaciones para lograr propósitos exigentes y altas metas.

Aunque los grupos de personas tenemos capacidad de conducirnos por nosotros mismos, se han establecido muchas formas de organización que no siempre han sido efectivas. Podemos observar que la centralización en un poder absoluto que tome las decisiones, planifique el trabajo, incentive el esfuerzo y controle los resultados, aunque se rodee de personas que ejecuten las órdenes, es una fórmula organizacional arcaica que en la mayoría de las situaciones actuales no consigue durar a medio o largo plazo.

También verificamos que cada vez quedan más obsoletas las organizaciones jerarquizadas donde las personas son colocadas en una casilla del organigrama y operan desde su lugar, sin más. Estas organizaciones encasilladas dificultan el trabajo transversal interdepartamental y fomentan que las decisiones se tomen en niveles jerárquicos altos, donde a menudo se está alejado de las tareas y las realidades sobre las que hay que decidir. Además, para la mayoría de quienes están en la base de una pirámide organizacional, el trabajo no supone pasión ni sentido por la poca influencia que tienen en la toma de decisiones.

Por último, a veces las experiencias de organizaciones abiertas donde todo el mundo se involucra en todo y las acciones de comunicación llegan a ser excesivas e improductivas hasta convertirse en una carga extra, tienden a ser organizaciones caóticas que tampoco aportan una solución ideal al problema organizacional.

Parecería que no hay una organización perfecta, ¿cuál sería, entonces, un modelo de organización grupal más efectivo?

Al analizar los factores que van a influir en que una organización consiga facilitar los resultados del grupo, podemos observar que son variados en función del emprendimiento y de la madurez de las personas que vayan a ejecutarlo. En primer lugar, van a ser muy valiosos los conocimientos y habilidades de los individuos que componen el grupo de trabajo, pero tan influyente será ese factor como el de las interacciones o relaciones que se den entre ellos.

La organización de un grupo de personas también tiene relación con el estilo de dirección que se utilice para coordinar la ejecución, ya que una organización no puede evolucionar más allá del mismo. Es por eso por lo que la improductividad y la inmadurez en los grupos humanos es un buen caldo de cultivo para la intervención de estilos de dirección autoritarios que pongan orden y eviten un estallido generalizado.

Este tipo de dirección autocrática, que promueve un principio de convivencia pacífica, existe con demasiada frecuencia en nuestras organizaciones. En el trabajo serio, el mando y la disciplina son de poco provecho. Se requiere, por tanto, de una organización en la que se fomente la iniciativa e involucración de las personas ya que este sería el verdadero trabajo en equipo que para ser efectivo se habría de organizar de forma natural, con consciencia de solidaridad humana y de dependencia recíproca.

El estilo de dirección en los equipos es necesario e importante, pero nadie duda de que en un buen equipo la dirección se ejerce de una manera reconocida y no se ha de confundir con el poder impuesto que otorga la jerarquía. Por tanto, el estilo de dirección que tenga un grupo de personas puede impulsar el sistema de organización hacia atrás, como una involución con una figura de autoridad impuesta por jerarquía y poder; o hacia delante, como una evolución donde surgen autoridades naturales y espontáneas basadas en las habilidades, la influencia y el reconocimiento.

Sostenibilidad en tiempos de crisis

Cuando hablamos de sostenibilidad nos referimos al balance que toda empresa u organización ha de establecer entre la viabilidad financiera, la equidad social y el equilibrio medioambiental, para garantizar unos recursos disponibles en el tiempo. Ser sostenible significa la capacidad de satisfacer las necesidades actuales garantizando los recursos para las generaciones futuras.

Liderar la sostenibilidad actualmente es difícil. En principio se deben resolver otros problemas claves para poder actuar proactivamente antes de que la situación de caos que se percibe nos afecte.

La principal razón que tenemos para ser sostenibles es la previsión de una catástrofe ecológica, pero hay dos problemas que actualmente eclipsan esta previsión: la necesidad de sobrevivir en una crisis de pandemia y el crecimiento de la desigualdad.

El dilema para que todos empecemos a actuar de manera sostenible surge porque la catástrofe ecológica que se avecina no se siente aún de manera directa, sino que se percibe como una previsión futura debido a que los acontecimientos aún no nos dañan demasiado. El concienciarse de un problema sin sufrirlo, sin estar afectado directamente por él, es muy difícil, como ha ocurrido con esta pandemia, por lo que un cambio de comportamiento hacia el medioambiente cuesta conseguirlo.

De la necesidad de sobrevivir y de la desigualdad somos más conscientes pues ya los estamos sufriendo en muchos ámbitos sociales. Por esa razón estos problemas  están canibalizando el problema ecológico. Si no se solucionan antes no podremos dedicarnos a la ecología; la prioridad de las personas es poder vivir, después hacerlo dignamente y por último preocuparse por la sostenibilidad futura. Si nos fijamos en la prioridad de consciencia de estos tres problemas vemos que lo primero que nos preocupa es la cura de la enfermedad y la pandemia; después por el nivel de desempleo, los bajos salarios y los refugiados; por último el calentamiento global y el problema de destrucción del planeta.

Algunos economistas furibundos promueven que no podemos dejar que la economía de hunda, pues la vida y la desigualdad se mejoran con el crecimiento económico. Existe una tendencia a pensar que la vida en sí misma y la de los desfavorecidos solo aumenta con un crecimiento cuantitativo de la riqueza. Esta visión no es totalmente cierta. Se ha demostrado que con un crecimiento hay menos gente pobre, pero la desigualdad aumenta, pues la acumulación de la riqueza se polariza, los ricos son cada vez más ricos. Si se fomenta sólo el crecimiento económico se da rienda suelta a un círculo vicioso de más ingresos, mayor nivel de vida, mayor consumo y mayor desperdicio. Lo que era lujo en el pasado se convierte en necesidad en el presente, y esto va minando la sostenibilidad en el aspecto ecológico.

Los negacionistas del problema ecológico se apoyan fundamentalmente en que los descubrimientos tecnológicos nos van a ayudar a restablecer los recursos agotados de este planeta. Confiamos en unos avances tecnológicos, pero la realidad es que ese futuro tecnológico ideal está por materializarse y las crisis ecológicas están cada vez más cercanas.  Es cierto que la tecnología nos ayuda a descubrir nuevas fuentes de recursos, pero el desequilibrio consumo / innovación tecnológica puede hacer que colapse el sistema, como  ocurre en estos momentos con la pandemia, aumente la desigualdad a valores insostenibles y con ello se colapse la civilización, como la experiencia de otras civilizaciones nos ha demostrado en nuestra evolución. A menos recursos, más costoso es tenerlos y sólo estarían disponibles para unos pocos, normalmente los más poderosos. El riesgo de estallido social que puede desembocar en revoluciones es cada vez mayor.

Cuando la pandemia pase, que pasará, vamos a necesitar de líderes económicos y sociales que en los países desarrollados influyan en cambiar una economía de lo superfluo a una economía de lo suficiente, y en los países pobres de una economía de la escasez a una economía de lo necesario. Este pensamiento económico promueve la disminución controlada del consumo con el objetivo de llegar a un equilibrio con la naturaleza para evitar la destrucción del medio ambiente, y un equilibrio con los propios seres humanos para evitar la desigualdad.

Es imprescindible aprender a vivir bien sin gastar muchos recursos, manteniendo un equilibrio entre el consumo y los recursos disponibles, aprendiendo a vivir compartiendo con el que menos tiene para equilibrar la igualdad con la justicia social. Estas acciones también serían la base de la sostenibilidad en una empresa, por lo que la buena gestión de los recursos, con ahorro y justa distribución, es la clave para la sostenibilidad futura.

El poder y la autoridad en el liderazgo

Para influir en los demás se debe tener poder o autoridad, es decir, asumir el desafío de adoptar una posición que aporte capacidad para ejercer esa influencia. Esta declaración parece muy osada, pero así la he vivido en mis experiencias y así sugiero que sea tomada en cuenta por aquellas personas que quieran ejercer el liderazgo.

Ambos conceptos tienden a confundirse; por ejemplo, llamamos “la autoridad” a las personas que ostentan el poder delegado legalmente y sentimos que “el poder” es un concepto negativo, relacionado con el autoritarismo o con el abusivo control de quien lo ostenta. Poder y autoridad sirven para lograr influenciar en los demás, están relacionadas entre sí, pero la base de su uso y la forma de adquirirlos son diferentes. Los dos se potencian y su correcta utilización consigue una sinergia muy fuerte para liderar. La obligación que nos impone la ley debe seguir existiendo para vivir en sociedad; la autoridad para la interpretación de esa ley ha de influenciarnos en la toma de decisiones.

La capacidad de influenciar en los demás a través del poder (potestas) está determinada por la dualidad premio-castigo y en un aspecto más avanzado de la sociedad por la legitimidad (la ley que determina ambas cosas). Existe una ley que otorga la potestad de castigar o premiar, por tanto, de influir en el comportamiento de los demás. El nivel jerárquico o estatus que se alcance en un grupo social otorga esa legitimidad.

La capacidad de influenciar en los demás a través de la autoridad (auctoritas) está determinada por la dualidad relación-convencimiento, es decir, cómo aceptan los demás los razonamientos y cuánto conocimiento reconocido tiene la persona que la ostenta. La autoridad se gana día a día a través de un esfuerzo persuasivo. Se influye en el comportamiento de los demás por el reconocimiento que otorgan las declaraciones que hace la persona con autoridad.

La estrategia para obtener ambos elementos lo denominamos posicionamiento. Una persona que quiera liderar ha de posicionarse, tomar un lugar desde el cual influenciar a los demás, o bien asumiendo al poder legítimo que se le otorga, o bien desarrollando la autoridad argumentando porqué y cómo interpreta los hechos en la toma de decisiones; o mejor, ambas cosas. Pongamos dos ejemplos para comprenderlo mejor.

Imaginemos que formas parte de un equipo de trabajo que reconoce tu experiencia y conocimiento debido a la interacción que has tenido con ellos como colaborador. Tienes autoridad con el equipo, tus consejos y recomendaciones influencian sus comportamientos. Si en esa situación te ascienden a responsable del equipo, te estarán dando el poder. Lo que viene a continuación será un periodo donde empieces a tomar decisiones en base a tu criterio y bajo la determinación de que los demás las cumplan. Ese periodo resultará complicado; deberás atreverte a usar el poder para influenciarles. El poner las reglas, normas de trabajo, objetivos, sistemas de funcionamiento, etcétera te ayudará, pero no dejará de ser difícil. A ese proceso le llamamos posicionarse en la jerarquía. Es el reto más fuerte al que se enfrentan las personas que ascienden a responsables dentro de su propio equipo. Si se logra comenzar a usar el poder sin perder la autoridad, ambos conceptos irán de la mano. Las decisiones que tomes bajo el poder jerárquico que te otorgaron se basarán en tu buen criterio de conocimientos y experiencia para que la influencia sea correcta. Es claro que muchas veces estas situaciones cuesta adoptarlas por el miedo a usar el poder con un antiguo grupo de colegas, pero si no lo haces, en el fondo y con el tiempo estarás perdiendo la autoridad que ya tenías con ellos.

Otro ejemplo contrario que también ocurre con frecuencia en las organizaciones es cuando designan como responsable de un equipo ya formado a una persona externa sin la experiencia ni conocimientos específicos de las funciones del equipo. En este caso, se le otorga el poder a una persona que aún no ha desarrollado la autoridad de reconocimiento por parte del equipo. El responsable deberá posicionarse para ser reconocido, conociendo más y mejor las tareas, funciones y sistemas que realiza el equipo, reforzando las ideas y experiencias de los demás y aportando las suyas como sugerencias. Este ejercicio de desarrollo de la autoridad hay que realizarlo cuidando de no perder el poder, siendo justo en las decisiones que se tomen de manera individual y en la implementación del premio o castigo.

El ejercicio del liderazgo en el tiempo va minando la capacidad de influenciar; se va perdiendo reconocimiento debido a las incertidumbres y fracasos que todo proceso de cambio lleva, lo que puede terminar con la autoridad y esto con la pérdida del poder. Ejercer el liderazgo no es una actividad de continuo, hay que tener en cuenta que, además de agotador, debe ser interrumpido por periodos donde podamos recuperar la autoridad que se ha ido perdiendo.

En otro ámbito diferente, como el social y político, sería interesante analizar cómo y por qué elegimos a las personas en las que depositamos la responsabilidad de liderarnos. Algunas personas no saben aprovechar una posición de autoridad y no acceden al poder. Otras personas acceden al poder, pero no saben ganarse la autoridad. Es difícil delegar la responsabilidad de liderar de una manera anticipada, y ese es el problema fundamental del actual sistema de democracia representativa.

Compartir una visión

Una vez que un líder tiene claro cuál es la visión desafiadora que pretende conseguir, llega el momento de que esa visión se entienda y se comparta por el grupo. Esto implica entrar en una situación de riesgo para el que lidera, pues empieza el momento de la relación con los demás.

El primer reto que hay que afrontar es la declaración. Todo desafío visionario debe declararse para que se convierta en un compromiso para el propio líder. Muchas personas no le dan importancia a esta práctica, quizás por una falta de valentía. La declaración de desafíos visionarios puede provocar un primer malestar al romper la estabilidad y las expectativas de los demás. Declarar lo que se quiere conseguir es el primer paso para un cambio transparente. Explicar lo que se pretende y por qué y mantener la palabra en el tiempo es lo más importante para lograr compartir una visión.

En mi experiencia en talleres de comunicación, he percibido la dificultad que generalmente se tiene de ir al grano en el inicio de conversaciones importantes. Cuando hay algo fundamental que comunicar, rodeamos las declaraciones de tanta palabrería, justificaciones y adornos que los demás tienden a malinterpretarlas. Hay que definir lo esencial, añadiendo luego lo importante para evitar en un primer momento lo superfluo. Comunicar algo que sabemos que va a provocar una tensión y que supone un fuerte desafío para los demás es algo importante para empezar a compartirlo, por lo que las malinterpretaciones son un problema.

Una buena declaración facilita que los demás entiendan la visión, pero lo que importa no es que se entienda sino que se acepte y se comparta. ¿Qué ocurre cuando hay individuos del grupo que no están de acuerdo con la visión del que lidera? Si esa visión no es compartida por la mayoría de las personas del grupo, y eso ocurre en un alto porcentaje de los casos, hay que desarrollar toda una estrategia de influencia para que al final sea aceptada.

Esa estrategia pasa en primer lugar tener autoridad. Esta autoridad puede ser formal o informal, pero sin ella no es posible liderar. En segundo lugar se ha de analizar donde están las personas, quién y por qué está cerca, es decir quien comparte esa visión, y quién y por qué está lejos; quién es amigo y quién enemigo de nuestra visión. Ese análisis nos permitirá planificar cómo aprovechar a los amigos y cómo aliarse con los enemigos, si logramos aliarnos con las personas que están en nuestra contra, conseguiremos una verdadera transformación y al final serán nuestros más y mejores defensores. En tercer lugar, es necesario desarrollar unas habilidades de influencia que partiendo de la empatía pasen por la persuasión y la confrontación. La habilidad para influenciar se puede desarrollar si se practica con total sinceridad. La asertividad en los argumentos en los que verdaderamente se cree, será la herramienta más útil para confrontar e influenciar a los demás.

Llega el momento de iniciar la acción, provocar los cambios, algo que se puede afrontar con la fortaleza que da la convicción de unos valores fuertes y coincidentes con la visión, como ya se comentó en el artículo anterior.

Para liderar un cambio hay que creer plenamente en él

¿Qué hace una persona para influir en los cambios del comportamiento de los demás o de su equipo? ¿Cómo consigue que estos cambios perduren más allá de su propia existencia? No se trata de describir un manual de actuación, pues no siempre se dan las mismas circunstancias, pero podemos definir un proceso que ayude a quien se atreva a liderar, quien pretenda cambiar algún comportamiento arraigado.

El esfuerzo para conseguir un cambio cultural en un grupo de personas se hace con tres pasos: si hay una visión clara y desafiadora por parte del líder que impulse el cambio, si esa visión es entendida y compartida por los demás, y si la ejecución del cambio la realizan los involucrados de manera transparente.

El primer paso es prioritario, y marcará el ritmo de los otros dos. Cuando un líder persigue una visión tiene que estar sostenida con la convicción profunda que le darán sus propias creencias. No se puede liderar un cambio si no se cree plenamente en él.

Para esto se requiere de dos comportamientos imprescindibles: observar (mirar) y reflexionar (pensar). Estas dos prácticas de observar y reflexionar, que requieren tiempo, no están nada de moda en la actualidad. El hiperconsumismo de información, que nos hacer ver pero no mirar y que no deja tiempo a pensar, va en contra de la verdadera observación y reflexión. ¿En qué organización social no existe exceso de información actualmente? Por ejemplo, la cantidad de correos que un empleado o un director recibe en el día a día le imposibilita leerlos, y mucho menos analizarlos. Debido a la facilidad de acumular información, estamos saturados de archivos que no sabemos cómo gestionar. Para ejercer el liderazgo con una visión clara y desafiadora hay que conseguir liberarse de ese vicio de estar informado de todo y en todo momento de nuestra cultura actual y conseguir tiempo para pensar. Como apuntaba Albert Einstein, la soledad y la monotonía de una vida tranquila es lo que energiza a una mente creativa.

Si tomas un tiempo para observar lograrás descifrar los posibles desafíos que puedes liderar. Cuando empiezas a relacionarte con un grupo, una empresa o una organización, puedes percibir las creencias y valores en los que están soportados. Observando y analizando comportamientos desde fuera, como un tercero neutral, identificarás aspectos importantes que definen su cultura. Por ejemplo: ¿a qué prestan atención las personas?, ¿qué miden o controlan con regularidad?, ¿cómo reaccionan ante problemas críticos?, ¿a qué y hacia dónde se destinan los recursos y el tiempo?, ¿cuál es el perfil de persona que se tiene como modelo de éxito?, ¿por qué son reconocidos y recompensados los individuos y los equipos?, ¿cómo son seleccionadas o promovidas y expulsadas las personas?, etc. Cuando reflexionamos estas y otras cuestiones y pensamos en el futuro de esa empresa u organización, percibimos claramente cuál puede ser el desafío de la misma, pues vemos con claridad la crisis que podría sufrir si no cambiara. Hay que saber distinguir entre lo malo que se observa y lo mejor que se imagina.

La imaginación de lo mejor debe estar articulada con nuestros propios valores. Cuando se pretende ayudar a cambiar a los demás hay que estar profundamente convencido del valor que traerá ese cambio. Sé tú primero el cambio que quieres conseguir en los demás. No se puede liderar si el propósito del desafío no está primero arraigado en nosotros, pues es lo que dará la fuerza y el poder. Este arraigo se demuestra con la pasión. La pasión por el desafío es la característica que se puede observar en todas las personas que han conseguido liderar con éxito.

¿Cuántas experiencias de liderazgo han fracasado porque en realidad la propia persona que lideraba no tenía fe en lo que perseguía? Las empresas están llenas de ejemplos. Personas que son elegidas para liderar un cambio y al final han fracasado por falta de una profunda convicción en ellas mismas y falta de pasión en lo que están haciendo. La pasión llega cuando se une la luz de la razón con la grandeza del corazón, y muy pocas personas lo alcanzan. El primer valor que un líder ha de mostrar es la dignidad y cómo mejor se muestra es manteniendo las convicciones en sus creencias en momentos de presión o dificultad.

El Valor de una Empresa

Una empresa es inherente a la evolución social de la humanidad, esa esencia evolutiva debe de ir unida al concepto de empresa por siempre, por más que se determinen otros propósitos. Todas nuestras organizaciones e instituciones actuales deberían funcionar sobre esa base, de otra forma no tiene sentido la formación de un emprendimiento humano. Regenerar lo que una empresa es, en el más profundo sentido de su significado, nos ayudará a entender para qué están.

La palabra empresa proviene del vocablo «emprender», que significa ‘comenzar a prender’; es decir, concebir una idea de acción, una visión para encenderla en otras personas, que prenda en ellas para que se organicen de manera que trabajen juntas y aporten su individualidad en pos de un objetivo común. John Naisbitt y Patricia Aburdene, en su libro Reinventando la Corporación, comentan que para alcanzar todo nuestro potencial como individuos, como organizaciones y como países, necesitamos una misión, un verdadero sentido de propósito.

Por más que lo hayamos complejizado, una empresa no deja de ser un emprendimiento que une a un grupo de personas con un fin y con unas reglas determinadas. Como consecuencia de la variación de creencias sociales, ha ido variando el tipo de fines y el tipo de organización, pero esta idea básica debe seguir manteniéndose.

Si detallamos aún más el significado podremos entender que actualmente muchas organizaciones son verdaderas empresas y muchas otras empresas no llegan a serlo, aunque se denominen así, por la falta de alguno de ellos.

Una empresa necesita una misión. La misión indica el para qué, qué se pretende conseguir con el emprendimiento, qué se quiere satisfacer, qué se quiere aportar, cuál es el propósito. Los propósitos casi siempre están en la línea de la utopía; a veces parecen inalcanzables, pero si no fuera así se quedarían en metas a corto plazo. La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un mundo mejor, decía Anatole France. De Cristóbal Colón, fundador de La Fageda (una de las empresas modélicas actuales de Cataluña), escuché que la clave del éxito de su emprendimiento ha sido soñar, la única condición indispensable para hacer lo que han hecho. En las distintas iniciativas empresariales, estas misiones pueden estar más o menos alineadas a las necesidades sociales de la cultura de cada lugar y de cada momento. El éxito en los distintos emprendimientos que se inician no solo depende de eso, sino de cómo esa misión logra transformar la cultura donde se inició, es decir, logra una evolución. Es fácil crear un proyecto focalizado en una necesidad consciente en el momento presente, lo difícil es crearlo enfocado en una necesidad futura que genere un avance evolutivo.

La misión debe de ir acompañada de unos valores. Una misión sin valores estará incompleta, una misión que no explique el por qué, tendrá pocas posibilidades de éxito para conseguir verdaderos esfuerzos de quienes quieran participar de ella. Los valores son el fundamento de la convivencia de un grupo y la razón de ser de las misiones emprendidas. Dan orientación a nuestras acciones y proveen de sentido, de dirección y guía nuestras ocupaciones. En una organización con una cultura sana es esencial que los valores sean compartidos y explícitos, es lo que mayor sentimiento de pertenencia genera. Explícitos en la misión de la organización y compartidos para que se internalicen a nivel individual, y así se esté dispuesto a trabajar por ellos y para ellos con el resto del equipo.

La cultura de un grupo humano está relacionada con lo que es valioso para las personas que lo conforman, con sus creencias y motivaciones. No es posible vivir éticamente sin creencias o valores, la ética no trata de discutir moralmente los valores, sino de la necesidad de tenerlos compartirlos y seguirlos. Una misión desprovista de una definición de los valores que la apoye no tiene fundamento, no tiene base donde sostenerse. Los valores son los cimientos de la convivencia y de la atracción de personas hacia la misma misión. A través de ellos se establecerán las normas de vida de la empresa, se orientarán las estrategias y se proveerá de unas reglas que sirvan para unificar la dirección deseada.

Con estos dos elementos (misión y valores) un grupo de personas puede funcionar. Las misiones con sus valores pueden ser diversas y bajo esta óptica podemos considerar empresas organizaciones tales como cooperativas, organizaciones no gubernamentales (ONG), organizaciones no lucrativas (ONL), fundaciones, partidos políticos, comunidades religiosas y en general todo grupo de personas que se encaminen hacia un fin determinado con unos valores definidos.

Si una empresa no tiene una misión social tiende a convertirse en un negocio especulativo, pues realmente no sirve a la evolución humana. Para realizar un negocio especulativo hay que definir a quién se le va a robar, a quién se va a engañar, cómo y con qué. Hemos vivido en una época de explosión de negocios especulativos, que llamábamos empresas, pero en el fondo no han sido emprendimientos de verdad. Esta explosión de negocios ha estado fomentada tanto por la cultura imperante del dinero y afán de lucro por el lucro como por los programas educativos empresariales que se han orientado en exceso en ese sentido. Un indicador de ello es que las Escuelas de Administración de Empresas cambiaron su nombre por Escuelas de Negocios (Business School), y el 80 % de sus programas se dedican a las finanzas. Sin embargo, es más ético administrar una empresa que un negocio.

El concepto de liderar

Liderar ha generado muchos y diferentes significados en el mundo empresarial y organizacional. Se viene empleando para definir multitud de facetas relacionadas con la dirección de un grupo de personas. El significado más extendido de liderazgo es el de guía: persona que lleva o impulsa a un grupo hacia un destino fijado.

Impulsar a un grupo hacia un destino no es lo mismo que llevarlo. La función de llevar no se corresponde con la de liderar, sino con la de dirigir, y corresponde al responsable o administrador de un grupo de personas. Por tanto, la imagen del líder como una persona que comanda y protege a sus seguidores hacia un destino es errónea. Definir el liderazgo como la dirección o guía de un grupo es una idea equívoca. La idea de liderazgo ya no comulga con la idea de la persona ungida que guía a los demás.

Lo que asemeja a todos los líderes de la historia es el hecho de que todos consiguieron romper el statu quo imperante y cambiaron una creencia arraigada, un valor determinado o un principio establecido. Como consecuencia, se estableció una nueva forma de comportamiento.

Ese cambio o transformación es el legado que cada líder deja de su actuación, ya que se inicia con ellos, pero perdura después de su existencia. El liderazgo está relacionado con la facilitación de la evolución. Es cierto que la evolución de las sociedades humanas se da de forma natural, pero son facilitadas por las personas que ejercen el liderazgo.

Las organizaciones cambian de manera intencionada cuando una masa crítica de personas se lo propone. Cualquier intento de forzar el cambio despierta resistencias, por lo que el ejercicio de liderazgo ha de influenciar en una mayoría de personas del grupo.

La definición e importancia del liderazgo como promotor de cambios está, además, identificada por la proactividad y viene determinada por la necesidad que todo grupo u organización tiene para hacer evolucionar de manera voluntaria su cultura. Un cambio forzado ante una situación insostenible no se debe confundir con el liderazgo. Deberíamos hablar de solucionadores de crisis o de problemas, pero nunca de líderes.

Cuando en una organización o cultura se produce una crisis se debe a la falta de liderazgos que hayan empujado al cambio de manera proactiva antes de que el problema ocurra. El líder enfrenta a las personas con desafíos y las saca de su zona de confort para que estas tomen decisiones de cambio.

Esto parece fácil, el problema es la mala relación que tenemos con lo desconocido y con la incertidumbre, entre la seguridad y lo nuevo. Todas las personas pasamos por este dilema que se establece entre la seguridad de seguir igual y la libertad de hacer algo diferente. Para liderar hay que atreverse a sostener el difícil equilibrio entre la seguridad y la libertad, comportamiento difícil actualmente cuando la cultura ha asociado el concepto de felicidad al de seguridad.