Compartir una visión

Una vez que un líder tiene claro cuál es la visión desafiadora que pretende conseguir, llega el momento de que esa visión se entienda y se comparta por el grupo. Esto implica entrar en una situación de riesgo para el que lidera, pues empieza el momento de la relación con los demás.

El primer reto que hay que afrontar es la declaración. Todo desafío visionario debe declararse para que se convierta en un compromiso para el propio líder. Muchas personas no le dan importancia a esta práctica, quizás por una falta de valentía. La declaración de desafíos visionarios puede provocar un primer malestar al romper la estabilidad y las expectativas de los demás. Declarar lo que se quiere conseguir es el primer paso para un cambio transparente. Explicar lo que se pretende y por qué y mantener la palabra en el tiempo es lo más importante para lograr compartir una visión.

En mi experiencia en talleres de comunicación, he percibido la dificultad que generalmente se tiene de ir al grano en el inicio de conversaciones importantes. Cuando hay algo fundamental que comunicar, rodeamos las declaraciones de tanta palabrería, justificaciones y adornos que los demás tienden a malinterpretarlas. Hay que definir lo esencial, añadiendo luego lo importante para evitar en un primer momento lo superfluo. Comunicar algo que sabemos que va a provocar una tensión y que supone un fuerte desafío para los demás es algo importante para empezar a compartirlo, por lo que las malinterpretaciones son un problema.

Una buena declaración facilita que los demás entiendan la visión, pero lo que importa no es que se entienda sino que se acepte y se comparta. ¿Qué ocurre cuando hay individuos del grupo que no están de acuerdo con la visión del que lidera? Si esa visión no es compartida por la mayoría de las personas del grupo, y eso ocurre en un alto porcentaje de los casos, hay que desarrollar toda una estrategia de influencia para que al final sea aceptada.

Esa estrategia pasa en primer lugar tener autoridad. Esta autoridad puede ser formal o informal, pero sin ella no es posible liderar. En segundo lugar se ha de analizar donde están las personas, quién y por qué está cerca, es decir quien comparte esa visión, y quién y por qué está lejos; quién es amigo y quién enemigo de nuestra visión. Ese análisis nos permitirá planificar cómo aprovechar a los amigos y cómo aliarse con los enemigos, si logramos aliarnos con las personas que están en nuestra contra, conseguiremos una verdadera transformación y al final serán nuestros más y mejores defensores. En tercer lugar, es necesario desarrollar unas habilidades de influencia que partiendo de la empatía pasen por la persuasión y la confrontación. La habilidad para influenciar se puede desarrollar si se practica con total sinceridad. La asertividad en los argumentos en los que verdaderamente se cree, será la herramienta más útil para confrontar e influenciar a los demás.

Llega el momento de iniciar la acción, provocar los cambios, algo que se puede afrontar con la fortaleza que da la convicción de unos valores fuertes y coincidentes con la visión, como ya se comentó en el artículo anterior.

El concepto de liderar

Liderar ha generado muchos y diferentes significados en el mundo empresarial y organizacional. Se viene empleando para definir multitud de facetas relacionadas con la dirección de un grupo de personas. El significado más extendido de liderazgo es el de guía: persona que lleva o impulsa a un grupo hacia un destino fijado.

Impulsar a un grupo hacia un destino no es lo mismo que llevarlo. La función de llevar no se corresponde con la de liderar, sino con la de dirigir, y corresponde al responsable o administrador de un grupo de personas. Por tanto, la imagen del líder como una persona que comanda y protege a sus seguidores hacia un destino es errónea. Definir el liderazgo como la dirección o guía de un grupo es una idea equívoca. La idea de liderazgo ya no comulga con la idea de la persona ungida que guía a los demás.

Lo que asemeja a todos los líderes de la historia es el hecho de que todos consiguieron romper el statu quo imperante y cambiaron una creencia arraigada, un valor determinado o un principio establecido. Como consecuencia, se estableció una nueva forma de comportamiento.

Ese cambio o transformación es el legado que cada líder deja de su actuación, ya que se inicia con ellos, pero perdura después de su existencia. El liderazgo está relacionado con la facilitación de la evolución. Es cierto que la evolución de las sociedades humanas se da de forma natural, pero son facilitadas por las personas que ejercen el liderazgo.

Las organizaciones cambian de manera intencionada cuando una masa crítica de personas se lo propone. Cualquier intento de forzar el cambio despierta resistencias, por lo que el ejercicio de liderazgo ha de influenciar en una mayoría de personas del grupo.

La definición e importancia del liderazgo como promotor de cambios está, además, identificada por la proactividad y viene determinada por la necesidad que todo grupo u organización tiene para hacer evolucionar de manera voluntaria su cultura. Un cambio forzado ante una situación insostenible no se debe confundir con el liderazgo. Deberíamos hablar de solucionadores de crisis o de problemas, pero nunca de líderes.

Cuando en una organización o cultura se produce una crisis se debe a la falta de liderazgos que hayan empujado al cambio de manera proactiva antes de que el problema ocurra. El líder enfrenta a las personas con desafíos y las saca de su zona de confort para que estas tomen decisiones de cambio.

Esto parece fácil, el problema es la mala relación que tenemos con lo desconocido y con la incertidumbre, entre la seguridad y lo nuevo. Todas las personas pasamos por este dilema que se establece entre la seguridad de seguir igual y la libertad de hacer algo diferente. Para liderar hay que atreverse a sostener el difícil equilibrio entre la seguridad y la libertad, comportamiento difícil actualmente cuando la cultura ha asociado el concepto de felicidad al de seguridad.

El valor de los errores: enseñar a aprender.

Enseñar es ir más allá de transmitir información. Cuando una persona solo recibe información “sabe acerca de”, y tristemente estamos acostumbrados que muchas veces los procesos de aprendizaje se queden ahí. Un ejemplo es la asistencia a una conferencia o a una clase magistral, si nos preguntan ¿qué aprendiste?, respondemos acerca del tema del que nos informaron y solo eso, confundimos el “saber acerca de” con el aprendizaje.

Aprender significa “saber hacer” hoy lo que ayer no sabía o no podía, es decir desarrollar una habilidad (el “know how” de los ingleses o el “savoir faire” de los franceses). Por tanto, de la información o conocimiento acerca de una cosa, a la habilidad de saber hacerla, está lo que denominamos el periodo de práctica, y este se convierte en el principal paso del aprendizaje. Ya Confucio indicaba en su filosofía que “solo cuando una persona hace las cosas las aprende” y  Einstein aseguraba que “el aprendizaje es experiencia, todo lo demás es información”.

A través de mi experiencia, el proceso de aprendizaje en una persona pasa por cuatro etapas:

1ª Identificarse con el tema.- Etapa en la cual la persona demuestra alguna motivación por el tema que va a aprender, tiene interés por aprender. Es común no obstante encontrarse a veces con personas poco identificadas con los temas en una acción de entrenamiento. Comerciales que no se sienten vendedores, líderes que no asumen su rol, personas que asisten a un curso por obligación, etc. En esos casos ¿qué puede hacer un entrenador? El esfuerzo se dirigirá a motivar a sus alumnos hacia el tema, a interesar, a influir en la actitud de aprender. Nunca se puede dar por supuesto que un alumno viene con la motivación y la actitud proactiva al aprendizaje (y en España menos). Es cierto que si en la persona no existe una automotivación (una pequeña brasa en su interior, un talento propio) poco se puede hacer, pero esa motivación necesita ser reavivada con un estímulo externo. Leonardo Wolk, uno de los coach que conocí en mi periodo de trabajo en  Argentina, lo expone claro en su famoso libro “El arte de soplar brasas”.

2ª Admitir que se necesita aprender.- El segundo paso de aprendizaje es más difícil de incorporar. Para admitir que no se sabe, si la persona no tiene experiencias anteriores, cuesta más. Es por eso que cuando asistimos a una sesión  de entrenamiento, curso o seminario sin ninguna experiencia anterior sobre el tema, sacamos menos provecho de ella. Es precisamente en esta etapa en la que la experiencia y los errores cometidos nos sirven y mucho, ya que nos están haciendo conscientes de nuestra incompetencia, por lo que estamos en definitiva admitiendo que necesito aprender.  La disposición a admitir la ignorancia (no lo sé) también acepta que puede demostrase que las cosas que sabemos son erróneas, y eso nos permite obtener más conocimientos, de echo esta actitud ha sido el hecho fundamental por la que la revolución científica ha influido tan fuertemente en la evolución del ser humano desde el año 1500 (del libro “De animales a dioses” de Yuval N. Harari). Es importante dejar que la persona se equivoque pues el error es el factor desencadenante de estar abierto a mejorar. Muchas veces la respuesta está en uno mismo, por tanto entrenar a alguien es provocar los errores y facilitarle la búsqueda de mejoras.

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3º Adquirir conocimientos.- Sin los otros dos pasos anteriores, nunca una persona puede de verdad fijar un conocimiento, una técnica, un método. Es la etapa con la que se confunde el proceso de aprendizaje y a veces pensamos que aprender es solo escuchar con atención. No caemos en la cuenta que escuchar no es incorporar una información, para eso he de consensuar la  información, concordarla con mi conocimiento. A la hora de enseñar, por tanto, también el entrenador debe de permitir que las personas opinen, disientan y den su punto de vista y aporten su marco de referencia a las teorías, técnicas o métodos que se estén analizando. Ese proceso por tanto es un puro proceso de comunicación, es decir de poner en “común” una idea para una “acción” determinada posterior. Es por eso que la incorporación de un conocimiento en una clase sin participación activa del personal formado, disminuye mucho su eficacia.

4º Practicar.- Es la última etapa del proceso de aprendizaje, y la que por desgracia menos se practica. Es en esta etapa de práctica cuando normalmente surgen de nuevo los errores, ya que aún no se ha desarrollado la habilidad. Estos errores  obligan a la persona a tomar una decisión, un camino. Este camino tiene dos direcciones opuestas y emprender una u otra depende de cada cual. En la primera dirección, la más fácil, la persona decide abandonar la práctica con la consiguiente crítica hacia la teoría o el conocimiento recibido, el refugio en la zona de comodidad es decir en la experiencia anterior y el rechazo a la posibilidad de crecimiento. En la segunda, la más costosa, la reacción ante un error es más tranquila y constructiva, la persona se “pre-ocupa”, se obliga a ser creativo, a pensar y a buscar recursos propios, únicos, para efectivizar la nueva experiencia y así aprender. Es aquí donde la mayoría de procesos de aprendizajes fallan. Por eso el compromiso de planes de acción de puesta en práctica, los procesos de ayuda, motivación y reconocimiento de los avances se convierten al final como la culminación de un proceso de entrenamiento exitoso.

No quiero terminar este artículo sin dedicar unas palabras  a la importancia que en el mundo de las organizaciones tiene el dejar que se cometan errores, por supuesto con el riesgo calculado.

Siempre se ha dicho que preferimos personas que se equivoquen, a las que no cometen errores pues eso significa que están tomando decisiones, pero por desgracia en el mundo de las empresas cuando alguien comete un error, la reacción habitual es tratar de esconderse, porque eso normalmente trae el castigo o la crítica de los demás y de los responsables.

He vivido algunas experiencias en empresas donde los empleados saben que los errores no provocan represalias, y la verdad es que la atmósfera creada es de desarrollo y aprendizaje, de personas que están dispuestas a aportar ideas y sugerir cambios. Eso es importante para el éxito a largo plazo de una organización, aprender de los errores reduce la posibilidad de que sean repetidos o multiplicados.

Como dice Bill Gates, “celebrar el éxito es bueno, pero es más importante aprender las lecciones derivadas del fracaso. De la forma en que una empresa o una persona lidie con los errores, podrá determinarse como extraerá las mejores ideas y el mejor talento, y como podrá responder a los cambios con eficacia”.