Sostenibilidad en tiempos de crisis

Cuando hablamos de sostenibilidad nos referimos al balance que toda empresa u organización ha de establecer entre la viabilidad financiera, la equidad social y el equilibrio medioambiental, para garantizar unos recursos disponibles en el tiempo. Ser sostenible significa la capacidad de satisfacer las necesidades actuales garantizando los recursos para las generaciones futuras.

Liderar la sostenibilidad actualmente es difícil. En principio se deben resolver otros problemas claves para poder actuar proactivamente antes de que la situación de caos que se percibe nos afecte.

La principal razón que tenemos para ser sostenibles es la previsión de una catástrofe ecológica, pero hay dos problemas que actualmente eclipsan esta previsión: la necesidad de sobrevivir en una crisis de pandemia y el crecimiento de la desigualdad.

El dilema para que todos empecemos a actuar de manera sostenible surge porque la catástrofe ecológica que se avecina no se siente aún de manera directa, sino que se percibe como una previsión futura debido a que los acontecimientos aún no nos dañan demasiado. El concienciarse de un problema sin sufrirlo, sin estar afectado directamente por él, es muy difícil, como ha ocurrido con esta pandemia, por lo que un cambio de comportamiento hacia el medioambiente cuesta conseguirlo.

De la necesidad de sobrevivir y de la desigualdad somos más conscientes pues ya los estamos sufriendo en muchos ámbitos sociales. Por esa razón estos problemas  están canibalizando el problema ecológico. Si no se solucionan antes no podremos dedicarnos a la ecología; la prioridad de las personas es poder vivir, después hacerlo dignamente y por último preocuparse por la sostenibilidad futura. Si nos fijamos en la prioridad de consciencia de estos tres problemas vemos que lo primero que nos preocupa es la cura de la enfermedad y la pandemia; después por el nivel de desempleo, los bajos salarios y los refugiados; por último el calentamiento global y el problema de destrucción del planeta.

Algunos economistas furibundos promueven que no podemos dejar que la economía de hunda, pues la vida y la desigualdad se mejoran con el crecimiento económico. Existe una tendencia a pensar que la vida en sí misma y la de los desfavorecidos solo aumenta con un crecimiento cuantitativo de la riqueza. Esta visión no es totalmente cierta. Se ha demostrado que con un crecimiento hay menos gente pobre, pero la desigualdad aumenta, pues la acumulación de la riqueza se polariza, los ricos son cada vez más ricos. Si se fomenta sólo el crecimiento económico se da rienda suelta a un círculo vicioso de más ingresos, mayor nivel de vida, mayor consumo y mayor desperdicio. Lo que era lujo en el pasado se convierte en necesidad en el presente, y esto va minando la sostenibilidad en el aspecto ecológico.

Los negacionistas del problema ecológico se apoyan fundamentalmente en que los descubrimientos tecnológicos nos van a ayudar a restablecer los recursos agotados de este planeta. Confiamos en unos avances tecnológicos, pero la realidad es que ese futuro tecnológico ideal está por materializarse y las crisis ecológicas están cada vez más cercanas.  Es cierto que la tecnología nos ayuda a descubrir nuevas fuentes de recursos, pero el desequilibrio consumo / innovación tecnológica puede hacer que colapse el sistema, como  ocurre en estos momentos con la pandemia, aumente la desigualdad a valores insostenibles y con ello se colapse la civilización, como la experiencia de otras civilizaciones nos ha demostrado en nuestra evolución. A menos recursos, más costoso es tenerlos y sólo estarían disponibles para unos pocos, normalmente los más poderosos. El riesgo de estallido social que puede desembocar en revoluciones es cada vez mayor.

Cuando la pandemia pase, que pasará, vamos a necesitar de líderes económicos y sociales que en los países desarrollados influyan en cambiar una economía de lo superfluo a una economía de lo suficiente, y en los países pobres de una economía de la escasez a una economía de lo necesario. Este pensamiento económico promueve la disminución controlada del consumo con el objetivo de llegar a un equilibrio con la naturaleza para evitar la destrucción del medio ambiente, y un equilibrio con los propios seres humanos para evitar la desigualdad.

Es imprescindible aprender a vivir bien sin gastar muchos recursos, manteniendo un equilibrio entre el consumo y los recursos disponibles, aprendiendo a vivir compartiendo con el que menos tiene para equilibrar la igualdad con la justicia social. Estas acciones también serían la base de la sostenibilidad en una empresa, por lo que la buena gestión de los recursos, con ahorro y justa distribución, es la clave para la sostenibilidad futura.

Liderar, un ejercicio al alcance de unos pocos

Los verdaderos impulsores de cambios en la historia, ya sea de la humanidad o de una organización, pueden ser considerados héroes; llevan adelante una actividad difícil para la cual no solo hay que prepararse, sino que se debe tener algunas condiciones especiales. El #liderazgo es un ejercicio que implica un gran esfuerzo, paciencia y convicción y esas tres actitudes necesitan de ciertas cualidades personales para su desarrollo.

¿Por qué no todas las personas que se esfuerzan son pacientes y están convencidas de lo que quieren, pueden liderar? No todos podemos desarrollar esas actitudes en la misma medida por una cuestión profunda del carácter. El carácter de una persona viene definido por la integración en su personalidad de los #ideales básicos en los que cree.

Como expone el filósofo argentino José Ingenieros, en su ensayo El hombre mediocre: «Los ideales son […] reconstrucciones imaginativas de la realidad […] suelen ser patrimonio de una selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes». Pareciera que todos tenemos ideales, pero, como dice Ingenieros: «llamar idealismo a las fantasías de mentes enfermizas o ignorantes que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrase, es una de las tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas». ¡Cuántas experiencias de personas salvadoras que llegan a los equipos sin verdaderos ideales! Qué pocos de esos supuestos líderes elegidos tienen un ideal que vaya más allá de sus propios intereses. Los verdaderos líderes en toda organización son buscadores de la verdad, promotores del bien común y contempladores de la belleza, los tres ideales básicos de la #sabiduría; algo que José Ingenieros define en su excelente ensayo, y que va más allá de un ideal egoísta.

Como decía Confucio, aunque todos los seres humanos son sabios en potencia, en realidad eso sucede raras veces. Casi todos los seres humanos existen en un estado lamentable. Platón exponía que la pena más pesada por negarse a liderar es ser liderado por alguien inferior. Lo lamentable en estos tiempos es que hemos sustituido la verdad por la ignorancia, el bien común por el individualismo y la belleza por el todo vale.

En su mayoría los mediocres no son capaces de asumir su papel de liderados e intentan destruir la confianza y autoestima del que pretende hacerlos cambiar. Las peores técnicas para este ataque no solo son las del enfrentamiento directo, sino las de la mentira, la ridiculización y la humillación, prácticas habituales en personas mediocres resistentes a los cambios. Esas prácticas son tan comunes en mi hermosa tierra hispánica, que el deporte nacional es la envidia. Valle-Inclán comentaba que la envidia es la técnica de los mediocres para que todo el mundo sea como ellos. Desgraciadamente, en muchas sociedades ese comportamiento envidioso es práctica común en las relaciones entre personas e impide el surgimiento de verdaderos líderes. En proyectos en los que participo como consultor, veo y admiro a personas que se movilizan con un interés de ir más allá que la mera consecución de los resultados, que se la juegan en su afán de transformar las organizaciones en las que trabajan para lograr que evolucionen hacia un mundo mejor. No se da este comportamiento en personas que tengan puestos con más responsabilidad, son en general personas que, independientemente de la jerarquía, tienen ese ímpetu por mera vocación.

Transformar una organización es romper con un status quo establecido y esto requiere valentía y desgasta la autoridad del que lidera, por eso no todo el mundo está dispuesto ni puede hacerlo. Como dice Heifetz: «Liderar es vivir peligrosamente, porque cuando usted ejerce el liderazgo, cuando conduces a las personas a través de un cambio difícil, desafía lo que ellas más aprecian […] quizá sin poder ofrecer otra cosa que una posibilidad».

Necesitamos líderes que actúen con ideales y pragmatismo.

Emprendedores y empresarios

Los conceptos de emprendedor y empresario, a pesar de su raíz común, tienen una definición diferente. Emprendedor es quien emprende, acomete o empieza; empresario es el que por concesión o por contrata ejecuta una obra o explota una idea, una oportunidad o un servicio público. Cuando se habla de dichos conceptos, a menudo se tiende a confundirlos. Por ejemplo, en España, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) agrupa y administra a las asociaciones de empresarios; es decir, ejecutores explotadores, pero no sabemos si integran a las asociaciones de emprendedores. Podemos inclinarnos a pensar que tenemos muchos empresarios, pero nos olvidamos de los emprendedores que están siendo mucho menos apoyados.

En los distintos discursos de los congresos realizados por la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE) en la larga época de crisis en que vivimos, se exponen ideas como que «la situación es delicada, pero tenemos la responsabilidad de liderar la salida de la crisis. Ha llegado el momento de demostrar que los empresarios y directivos somos realmente personas emprendedoras y sabemos resistir sin perder los principios ni los valores ni las formas». Ideas que dejan entrever que no hay una credibilidad fuerte de que un empresario es un buen emprendedor.

Si hay un buen emprendedor, podría haber un buen empresario. Los empresarios que ejecutan una obra o explotan un servicio no dejan de ser gestores de un emprendimiento. Por otro lado, los emprendedores saben que el futuro éxito del desarrollo de su idea depende de una buena gestión empresarial, por eso necesitan de empresarios que ejecuten o exploten ese emprendimiento. Estas dos funciones pueden estar fusionadas en una misma persona, pero es difícil porque la ejecución de cada una de ellas requiere características distintas. Puede haber personas que cumplan con estas dos condiciones, pero hemos de admitir que el talento no nos vale para todo.

¿Cuál es el papel del emprendedor y cuál el del empresario?

En la actualidad, emprender se define como una actividad innovadora y creadora de valor social que puede ocurrir en los sectores sin fines de lucro, gobiernos o negocios; por tanto, en cualquier empresa. Emprender está relacionado con el desarrollo de la creatividad y la liberación del estreñimiento mental al que suele llevarnos la experiencia. Este pensamiento creativo ocurre si hay interés y motivación, por lo que los verdaderos emprendedores tienen una fuerza interior que aumenta su creatividad.

Para complemento, el papel del empresario según la ya nombrada Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) es el de generar riqueza (no sólo financiera) y crear puestos de trabajo a través de la buena administración de unos recursos para dotar a la empresa de un capital que la haga sostenible. Es aquí donde un empresario resulta imprescindible para un emprendedor.

Es cierto que el empresario gestiona unos recursos, pero ha de hacerlo con un fin social y este fin, la mayoría de las veces, proviene de personas realmente emprendedoras. Si un empresario tiene criterio y valores personales consistentes, y estos coinciden con la misión del emprendimiento que está gestionando, las finanzas, la producción, el personal y el marketing no serán más que eso: gestión.

¿Empresas o negocios?

La desviación conceptual que existe en la actualidad de confundir la empresa con una organización solo de fines lucrativos, debido al excesivo valor que se le da al dinero, nos está difuminando el sentido verdadero de los emprendimientos. Es cierto que la sostenibilidad de una empresa pasa por tener una disponibilidad de recursos, y estos vienen de una buena gestión del capital financiero, pero un proyecto que solo tenga como fin el lucro sería un negocio especulador y no debería estar permitido por la legislación.

Deberíamos tender a construir empresas con una misión y valores con un fundamento que trascienda la sostenibilidad o el lucro. La misión de obtener un beneficio financiero solo es ética si va acompañada de una misión para satisfacer una necesidad social. Hay tantas necesidades por cubrir que es demasiado simple fijarse solo en la rentabilidad financiera como misión empresarial, aunque resulte imprescindible tenerla, hay que contar con una normativa legal que ponga límite a la gestión de los recursos, incluido el dinero.

La cultura de la libertad en que vivimos permite que una empresa tenga como objetivo enriquecer a unos pocos o satisfacer la necesidad de un pequeño grupo elitista; pero la misma cultura de justicia social que necesitamos no debería permitir que ese fin se consiga a costa del perjuicio de los demás. En pos de ese valor de la libertad, deberíamos poder decidir pertenecer o participar en ciertas organizaciones o empresas.

¡Qué bueno sería empezar a exigir que cada entidad u organización clarifique bien la definición fundamental de la misión y los valores que tiene y haga transparente la gestión de sus recursos!, así tendríamos un mayor conocimiento de lo que cada emprendimiento pretende. Si tuviéramos más claridad en la misión y la gestión de cada proyecto, obtendríamos mayor capacidad de evaluar y decidir nuestras relaciones con él: si cooperar en él, si comprar sus productos, si promocionarlo, etcétera. Tenemos más poder del que creemos para no dejar que negocios especulativos e irresponsables compitan en igualdad de condiciones con empresas éticas y comprometidas con la sociedad. Depende de todos nosotros que una compañía vaya adelante o no.

La idea de que los mercados por sí mismos regulan y nos protegen del fraude no es válida, hace falta una legislación. Es una paradoja que la propia Comisión Europea diferencie una empresa capitalista de una empresa social, definiendo esta última como «aquella cuyo objetivo primario es lograr impacto social más que generar beneficio para sus propietarios; que opera en el mercado a través de la producción de bienes y servicios de un modo emprendedor e innovador; que utiliza sus excedentes para alcanzar estos objetivos sociales; que es gestionada de un modo responsable y transparente, involucrando a los trabajadores, clientes y grupos de interés afectados por su actividad empresarial». Esto no es solo un emprendimiento social, esto deberían de ser todas las empresas.

Si una empresa no tiene una misión social tiende a convertirse en un negocio especulativo, pues realmente no sirve a la evolución humana. Afortunadamente, y en contra de esta tendencia, están surgiendo con éxito movimientos que regeneran el sentido social de las empresas: la Economía del Bien Común, La Economía del Donut, el movimiento de las empresas B-Corps, o los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Con ellos tenemos la oportunidad y la posibilidad de fomentar verdaderas empresas. Es más ético administrar una empresa que un negocio. También tenemos una responsabilidad social de no alimentar, ni con nuestro esfuerzo ni con nuestro consumo, a las organizaciones o negocios especuladores.

Regenerando la empresa 2: La ética empresarial

Cada vez más soy un convencido de que la ética en las empresas como tal no existe, sino que es la ética de las personas que la integran la que define una ética empresarial. Es cierto que las organizaciones están fundadas por emprendedores y que los valores de esas personas influyen en la ética de la organización, pero los líderes que las dirigen, los gerentes que la gestionan y los operarios que la trabajan son los que al final dan a una organización el sabor de ser más o menos ética.

Por un lado podemos y debemos discutir sobre si las misiones y los valores de las empresas son acertados, dignos o éticos. Analizamos si esa misión está planteada con la consciencia de solucionar un problema social, satisfacer una necesidad general, o la voluntad de mejorar la calidad de vida a través del bienestar común; o si por el contrario esa misión plantea un objetivo individual y egoísta, el poder sobre los demás, o un beneficio de unos pocos a costa de la pérdidas del resto.

El problema actual es que culturalmente se ha potenciado el egoísmo desenfrenado y/o se ha  generalizado los emprendimientos especuladores, que tienen como único objetivo rentabilizar una inversión. Sólo algunos han ganado mucho dinero y muy rápido. El dinero si se gana mucho es a costa de engañar o empobrecer a alguien. Incluso en las Escuelas de Negocios casi sólo se piensa en ese aspecto. Cuando mis alumnos del MBA en la clase de marketing exponen sus proyectos, el 80% se enfocan a un negocio especulativo, y yo les pregunto a continuación: ¿a quién vas a robar?, ¿con qué los vas a engañar y cómo?

Es hora de afrontar los negocios de manera más honrada, ser serios y no tratar de engañar a nadie. ¿Quiere empezar un emprendimiento ético?, entonces ¿qué problema social va a solucionar?, o ¿qué necesidad para la mejora y el bienestar de todos va a satisfacer? También se puede obtener un beneficio personal siendo ético.

A parte de ir regenerando el sentido de la empresa a través de los nuevos emprendimientos, como moralmente no pueden competir empresas irresponsables en igualdad de condiciones con empresas éticas y comprometidas con el bien común, debemos empezar a cambiar las reglas de medición del éxito empresarial a través de implementar sistemas que midan aspectos éticos, pues el sentimiento social de justicia es el principio de la moral. Para ello actualmente empiezan a aflorar diferentes teorías económicas como La Economía del Bien Común  de Christian Felber, que pienso que nos puede ayudar y mucho a compensar esta desviación cultural.

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Por otro lado, el sentido ético en una empresa también se relaciona con que todos sus empleados compartan los valores de la misma, para ello es esencial que esos valores sean explícitos y compartidos para generar sentimientos de pertenencia y que generen una cultura sana. No es muy ético entrar a trabajar a una empresa con la que no se comparten sus valores, tampoco es muy aconsejable seleccionar personas que no concuerdan con los valores.

Por último comentaré el sentido ético de coherencia entre los valores comunicados y los comportamientos observados. Cuando una empresa tiene unos valores explicitados, estos deben de corresponder con el comportamiento de sus líderes pues muchas veces no hay concordancia.

Los trabajadores de una empresa, aparte de lo que escuchan de sus líderes, prestan más atención a lo que los líderes miden y controlan con regularidad; cómo reaccionan ante incidentes críticos o crisis; cómo buscan y consiguen recursos; cómo seleccionan,  promueven y despiden a una persona; y sobre todo como recompensan o reconocen a las personas. Estos comportamientos definen en sí la ética de una empresa.  Como decía Maruja Torres en uno de sus artículos referente a la motivación de los empleados: “Lo único que motiva es ver que el trabajo bien hecho se aprecia y se recompensa; y que quienes meten la pata repetida e intencionalmente son penalizados”.

Finalizo con un pensamiento de Ayn Rand que creo se puede aplicar a cualquier organización social: “Cuando te das cuenta que el dinero es para quien negocia, no con bienes sino con favores, cuando te das cuenta que muchos son ricos por soborno e influencia, más que por el trabajo, y que las leyes no nos protegen de ellos, más por el contrario, son ellos los que están protegidos. Cuando te das cuenta que la corrupción es recompensada y la honestidad se convierte en auto-sacrificio. Entonces podrías afirmar que tu sociedad está condenada”.

Regenerando la empresa 1: sobre el concepto

Comienzo este blog escribiendo una serie de disertaciones sobre las empresas, los emprendedores, la gestión, los recursos etc.,  que denominaré “Regenerando la empresa”. En este primer escrito me gustaría dialogar sobre el concepto de empresa desde una óptica más filosófica que pragmática, y que para mí se ha ido transformando marcado por distintos momentos de mi vida.

¿Que entiendo por empresa?: una persona, o conjunto de personas unidas en torno a un propósito o misión que debe de estar definida por tres elementos: una necesidad social a satisfacer, una tecnología para satisfacerla y un coste que debe de ser rentabilizado, al que llamamos inversión. Esa misión debe de estar acompañada de una visión u objetivo de capitalización de alguno de esos tres elementos, una misión sin visión queda en una utopía difícil de concretar. Por último debe de poseer unos valores que le den un sentido y dirección, ya que una misión desprovista de valores (los cuales establecen un marco ético) puede llevar a la empresa por rumbos peligrosos. Los valores son los cimientos de la convivencia en el grupo y de la futura atracción de personas hacia la empresa.

Muchos de nosotros ya conocemos esta definición esencial de la empresa, pero quiero puntualizar mi debate en tres aspectos que se centran en las vivencias que poseo y que puedo transmitir.

1º.- Los emprendimientos y las empresas son algo natural. De mis experiencias y conocimientos de la naturaleza de los seres vivos he aprendido que este concepto es tan antiguo como la propia humanidad, y por más que lo hayamos desnaturalizado viene ya inserto en nuestra herencia genética y en nuestra herencia cultural. Pablo Herreros Ubalde trata el tema muy bien en sus presentaciones y escritos.

Nosotros los monos desnudos, somos un eslabón más en la cadena energética de la vida, y si tenemos el objetivo de sobrevivir, crecer y perdurar, no es más que el instinto natural de cualquier ser vivo. Por tanto todas las acciones y emprendimientos hechos por las personas son para la humanidad, para su desarrollo, su reproducción y su legado.

Esa ley natural no la podemos cambiar. A veces pensamos que el “Homo Sapiens” es la única especie que en su evolución ha violado los límites naturales. No creo que lo hayamos hecho. Estamos en la naturaleza, somos parte de ella y por tanto, nos regimos por sus leyes. Recomiendo leer a Nicholas Georgescu-Roegen y su teoría sobre la Bio-economía.

Los grandes pensadores acerca de la evolución,  Darwin y Kropotkin en un inicio y Lynn Margulis en nuestra época , nos han ayudado a entender que la estrategia fundamental que hemos utilizado en este camino evolutivo ha sido la sociabilidad, la fuerte tendencia al apoyo mutuo, el mandato cultural (que no genético) de formar equipo.

El concepto de empresa, por tanto como una acción más del hombre se ajusta a estos patrones de cultura grupal. Desde el inicio de la humanidad ha habido grupos de personas unidos en pos de una misión, es decir, ha habido empresas.

2º.- La empresa necesita de líderes o personas que las promuevan. La evolución de la humanidad necesita de líderes emprendedores (emprender significa comenzar a prender), que inicien empresas con una gran misión definida por la satisfacción de una necesidad social muy globalizadora, apoyadas en un gran descubrimiento tecnológico y con un enorme esfuerzo de inversión o coste que suponga a posteriori un gran beneficio (espiritual o material).

Estos líderes han de ser visionarios, es decir, ambiciosos en unos objetivos que otros pueden ver muy lejanos, y en la capitalización de los recursos que otros pueden ver insuficientes. Esa visión puede y debe acabar construyendo unos valores culturales beneficiosos para la comunidad.

Este liderazgo puede ser compartido por varias personas y también es algo temporal para un individuo. Cuanto más ambiciosa es una misión y mientras duren la necesidad, la tecnología y la inversión, las personas que ejecutan el liderazgo pueden seguir haciéndolo. Pero en cuanto la misión esté cumplida o alguno de esos tres elementos no perduren, ese liderazgo debe de ser sustituido por otras personas que traigan una visión con objetivos  transformadores, que puedan ampliar la misión de la empresa y que ayuden a la renovación de los valores.

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3º.- La empresa es un concepto uniforme para cualquier organización humana. Bajo esta óptica, en mi definición empresa, cabe cualquier tipo de organización, basta que ésta tenga una misión definida (para qué está) una visión clara (a dónde va) y unos valores explícitos (por qué está). Por tanto considero empresas, organizaciones tales como ONG’s, ONL’s, fundaciones, partidos políticos, comunidades religiosas, movimientos culturales etc.

Los propósitos o misiones pueden ser diversos pero creo que intentar distinguirlos tanto o ponerle un sello de diferencia (una empresa social, capitalista, comercial, cooperativa etc.) no trae más que confusión y complejidad, porque en esencia la clave de un emprendimiento es el mismo.

Podremos discutir sobre si las misiones son acertadas, justas, dignas, éticas o no, etc., y de eso hablaré en el siguiente artículo, pero de hecho, en mis experiencias con empresas de las denominadas capitalistas, no me ha sido raro encontrar emprendedores sociales. Es más creo que en muchos de los casos  las empresas capitalistas han sido fundadas con un sentido social (enfocadas a obtener un beneficio hacia el bien común) y que el beneficio individual, viene como consecuencia de la buena gestión del emprendimiento.

También en mis experiencias con asociaciones, comunidades religiosas, movimientos etc. de las denominadas empresas sociales he constatado que necesitan esa parte de tecnología y rentabilización de la inversión.  Una ONG, una ONL, una fundación, una  comunidad, etc., debe de gestionar sus recursos para poder llegar a cumplir su misión. ¡Ah! y también me he encontrado en estas organizaciones con especuladores que obtienen un beneficio individual a costa del bien común. Entonces ¿estamos o no ante una igualdad en los conceptos? Yo creo que sí.

 

Por último, dos comentarios ahora que estoy iniciando mis sesiones del 2015 como profesor de diversos Master en Escuelas de Negocio

Uno a modo de recomendación mía: sino tiene todo esto claro no haga de emprendedor. No emprenda, mejor préndase en algún emprendedor que lo tenga claro y que coincida con sus ideas.

Y otro que coincide con lo que Julen Iturbe expone en su artículo “Escuelas de Negocios, el infierno de la vieja economía”, y al que os remito para que leáis.