Informar no es comunicar, para comunicar hay que conseguir una conexión que nos lleve a una acción en común.

Una buena comunicación es la clave para conectar y transmitir confianza con otras personas y así generar un ambiente necesario para compartir acciones comunes, pero existe una gran confusión sobre lo que es una buena comunicación y tendemos a no diferenciarla de lo que solo es informar.

Muchos de nosotros nos limitamos a transmitir información en nuestros escritos y charlas. Transmitir mensajes no deja de ser una mera acción informativa, una verdadera comunicación necesita de un intercambio de puntos de vista con el objetivo de llegar a un acuerdo que genere una acción común, como su propio nombre indica: común/ic/acción.

Cómo dice Leo Batuta en su estupendo ensayo Focus, estamos malgastando nuestra vida con tanta distracción a mensajes informativos y casi ninguna comunicación. Nunca la humanidad ha estado tan distraída cómo ahora, las notificaciones del e-mail, Twitter y mensajes de Facebook, una fila de pestañas abiertas en el navegador y los móviles siempre encendidos. Estamos hasta el cuello con la corriente de la hiper-información, pero estamos muy poco comunicados.

Hay muchos modelos que se centran en cómo transmitir una información, que hablan del emisor, el receptor, el mensaje, etc., pero pocos ayudan a completar el proceso para convertirlo en una verdadera comunicación.

Un proceso de comunicación ha de pasar por cinco etapas si queremos que sea completo:

1.- Definir bien el propósito, es decir, transmitir para qué y cuál es el objetivo de necesitar comunicarnos con el otro o los otros. Muchos son los ejemplos en los que procesos de comunicación han sido deficientes por no abordar esta primera etapa. Si se asiste a una reunión donde no se conoce el propósito, si nos citan a una entrevista sin saber cuál es el objetivo, si pedimos conversar con una persona si decir para qué, etcétera, se está provocando una actitud defensiva de la parte que no sabe el para qué, lo que impedirá una apertura necesaria para conseguir el propósito. La importancia de transmitir de manera manifiesta el para qué necesitamos comunicarnos con los demás es la prioridad para efectivizar el proceso comunicativo.

2.- Dejar que la otra parte nos informe de su punto de vista sobre el propósito. Es importante ser conscientes de que la otra parte ha de empezar a informarnos antes de expresar nosotros nuestras ideas. Existen técnicas de indagación interesantes que ayudan a que la otra parte exprese de manera abierta su información sin nuestra influencia. El tan de moda y denostado coaching no deja de ser una buena técnica que ayuda mucho durante esta etapa. Preguntar de manera neutral, dejar un espacio de libertad donde la otra parte pueda expresarse y no juzgar lo que dice son comportamientos necesarios para dejar que las personas hablen.

3.- Escuchar sin tener que realizar un esfuerzo por oír. Hoy oímos muchas cosas, pero somos incapaces de escuchar, pues se trata de atender, es decir, de orientar los sentidos hacia el otro para interesarse de su información, y de entender. Captar el mensaje que la otra persona está transmitiendo y, sobre todo, tolerar el otro punto de vista, aceptar que su información tiene un marco de referencia, quizás diferente al nuestro, pero cierto e importante que necesita sea tomado en cuenta para la acción común. La verdadera escucha es una participación activa, tener en cuenta lo que la otra parte informa para la decisión final, es decir, ser conscientes de que la posición de la otra parte es lo único que nos une para crear algo común.

4.- Exponer nuestra información y nuestro punto de vista. Aquí la asertividad nos ayuda en la transmisión de mensajes de manera clara y abierta. Para ser asertivo hay que fundamentar con argumentos nuestra información y nunca contraponerla a la información recibida anteriormente. Tendremos dos puntos de vista diferentes pero ciertos, dos marcos de referencias distintos pero complementarios, por lo que lo que faltaría un consenso para completar el proceso.

5.- Llegar a un acuerdo sobre qué acción común vamos a emprender. Aquí el debate, el diálogo, la confrontación (bien entendida) y el acuerdo final son fundamentales. Lo acuerdos se pueden lograr de diferentes maneras, pero el consenso para una comunicación perfecta es la mejor de ellas, ya que la decisión final es participada por todos los involucrados en el proceso. Las acciones decididas de cada parte no tienen que ser iguales, pero si consensuadas. El consenso es difícil de alcanzar, por tanto la decisión final no concordará al cien por cien en nuestra posición. Para lograrlo, algunas recomendaciones importantes son las de no discutir acerca de juicios individuales y hacerlo teniendo como base la lógica del objetivo de la comunicación, tampoco hay que evitar el conflicto cambiando de opinión solo por llegar a un acuerdo, y por último hay que ver las diferencias como una ayuda en vez de un estorbo en la toma de decisión.

El arte de dirigir un equipo: un ejercicio de protección y permisividad

La habilidad para dirigir o management se basa en saber manejar dos variables fundamentales: marcar qué hay que conseguir y porqué fijando los límites para conseguirlo; y dejar libertad para que el grupo haga lo que crea conveniente dentro de esos límites para llegar a la meta.

La habilidad de poner límites fijando un marco definido es necesaria para proyectar un sentido de ímpetu y determinación. La habilidad de permitir ideas de los demás habilitando la verdadera colaboración es también imprescindible para el trabajo en equipo. Esas dos variables, con diversos enfoques, conforman las grandes teorías de dirección que han ayudado a desarrollar a los gerentes y directores durante décadas. Ya Kurt Lewin en 1939 definía que hay tres estilos de dirección: autocrático, democrático y laissez-faire (dejar hacer), en el que el democrático es el más efectivo de los tres, aunque defendía el estilo autocrático en algunas condiciones y el laissez-faire en otras, dependiendo de la alta o baja capacidad y motivación de los colaboradores.

La justificación principal de poner límites o alinear bien el marco de trabajo se basa en poder cumplir con las metas sin desviarse ni trastocar los valores pese a los obstáculos que se presenten en el camino. Se debe de garantizar que los objetivos estén dentro de la misión, los valores y la visión por los que el equipo se formó. Poner límites y exigir su cumplimiento está relacionado con la protección, en este caso, de la misión-valores y visión del emprendimiento.

La necesidad de habilitar a los demás y tolerar los cambios en las decisiones se basa en la formación de un verdadero equipo con un clima de confianza, empoderando a las personas para que den lo mejor de sí mismas para aprender tanto de las buenas prácticas como de los fracasos. La habilitación está relacionada con la permisividad ya que se acepta la participación de los demás en las decisiones de las estrategias y los planes a llevar a cabo, aunque estos sean diferentes de los que piensa la dirección.

El exceso o la falta de una de estas dos habilidades facilitan culturas de trabajo no muy deseadas. Un exceso de alineación y límites sin libertad o autonomía lleva a un estilo autoritario en que la mayoría de las personas se vuelven conformistas y solo hacen cuando se les dice, o bien se revelan y dimiten del grupo. Un exceso de autonomía sin ningún marco ni límite es un estilo anárquico que fomenta una cultura caótica, donde también hay abandonos.

Lo ideal es saber manejar un marco o alineamiento de normas que definan los objetivos, dando libertad para elegir los caminos o estrategias para conseguirlos, ese sería un estilo colaborativo y provocaría una cultura de equipo. Se trata de saber moverse entre ser radical en los objetivos y reformista en los métodos. Henrik Kniberg es un autor que actualmente trabaja en organización empresarial con estos conceptos. Con un ejemplo podemos visualizar mejor los diferentes estilos que propone: en un supuesto que haya que conseguir organizar un evento de difusión, el estilo autoritario dirigiría la actividad aclarando qué hay que hacer, cómo, cuándo, dónde, quién y con qué. El estilo anárquico a la hora de dirigir informaría que hay que hacer un evento y esperaría a que alguien tomara la iniciativa para empezar y organizar. El estilo colaborativo comunicaría la necesidad del evento confirmando el objetivo con las reglas básicas y pediría la colaboración de todos para descubrir cómo llevarlo a cabo.

Con otro enfoque distinto, pero muy interesante a pesar del tiempo en que el modelo fue confeccionado, está la teoría de Management Of Organizational Behavior: Utilizing Human Resources1, en su título en inglés, de Paul Hersey y Kennet Blanchard, que se abrevia como teoría de Liderazgo Situacional. Esta teoría ayuda a definir el estilo de comunicación y papel del director en relación con la madurez de los equipos y sus integrantes para una situación concreta. Aunque la denominación de «liderazgo» en castellano no es muy adecuada por ser una herramienta más de gestión o dirección y no de liderazgo, el modelo también se mueve entre dos variables comportamentales del director; por un lado, su comportamiento hacia la tarea y, por otro, su comportamiento hacia la relación, definiendo así cuatro estilos de management distintos. Lo interesante de esta teoría es que propone cuatro estilos efectivos para la dirección de un grupo: dar órdenes, persuadir, participar y delegar. Cada uno es bueno según la situación (de ahí el nombre de situacional) de la madurez de los individuos del grupo, que la relaciona con la voluntad y la capacidad de los integrantes para asumir la responsabilidad del trabajo que se trate en cada momento. Es más, el que un grupo madure o no durante la ejecución de una actividad dependerá de cómo el gerente o director vaya caminado por los cuatro estilos de dirección de forma gradual.

Como vemos, en casi todas las propuestas sobre herramientas de dirección no se proponen estilos buenos y malos, sino que eso dependerá de la situación del grupo a dirigir. No obstante en todos los modelos se ha de incluir el apoyo no solamente técnico hacia las personas, sino también relacional, y dilucidar además, el dilema entre proteger ofreciendo ayuda (tanto hacia la tarea como hacia la relación), o permitir dejar que los demás hagan lo que crean sin apoyo técnico ni emocional.

El dilema entre protección y permisividad estará presente en todas las funciones del management, por lo que influirán en las habilidades que una persona debe de desarrollar para ejercer una buena dirección del trabajo de un grupo de personas.

El desarrollo de la habilidad de relación en un equipo de trabajo

Aquellas comunidades que tienen la mayor cantidad de personas que simpatizan entre sí florecen mejor.

La simpatía entre sí no es algo que se dé de manera innata, quizás entre personas de carácter homogéneo sí. Solemos sentirnos atraídos por personas que sienten como nosotros, piensan como nosotros y actúan como nosotros, pero está probado que un equipo debe de ser heterogéneo, por eso el clima de relación ha de cuidarse pues puede haber un choque por las diferencias de carácter.

Casi todos los trabajadores en las empresas reciben formación en áreas de habilidades técnicas, pero pocos tienen oportunidad de desarrollar habilidades para gestionar los distintos comportamientos que surgen en las interacciones de relación de los grupos, sobre todo cuando estos comportamientos generan conflictos.

Es común que en la evolución organizativa de un grupo a un equipo, tras una fase de relaciones coincidentes y de respeto mutuo inicial, surja una etapa de turbulencia en la que cada individuo defiende una percepción diferente. En esa segunda fase hay que aprender a gestionar el conflicto, pues el peligro si no se hace es que las personas se cuestionan si ese es su lugar o no, si el grupo satisface sus motivaciones individuales o no, pudiendo generarse rupturas improductivas. Si el grupo aprende a superar esa etapa de conflicto, entrará en una fase de resolución y posteriormente de alto desempeño, que es lo que lo va a definir como verdadero equipo.

Si estudiamos las interacciones que surgen en un grupo heterogéneo de personas es imposible tender a que todos piensen igual, es inevitable que se tengan distintos puntos de vista o marcos de referencia por donde observamos el entorno y, al trabajar en equipo, es natural que necesitemos poner en común estos puntos de vista.

Al principio, las diferencias pueden ser solucionadas o bien por la imposición de personas con más autoridad por un mayor conocimiento, experiencia o carácter, o bien por los apoyos que tengan las distintas opiniones, llegando incluso a votar para imponer un punto de vista. Si este modo de resolución de conflictos no cambia hacia otro donde haya espacios formales para tratar las diferencias, la marcha del grupo puede verse comprometida por una relación coercitiva entre los miembros: uno o unos obligan a los otros. Se debe salir de esa coerción, pues si no, la relación puede volverse tóxica.

Es importante, por tanto, entrenar a un grupo de personas a saber relacionarse entre sí, pero aprender a relacionarse es una habilidad que a muchos de nosotros no nos han enseñado, lo hemos hecho a nuestro criterio, por lo que hemos cometido muchos errores que quizás no siempre nos han servido para aprender. Es por eso por lo que es aconsejable utilizar la experiencia de otros para tener modelos que faciliten la práctica en las relaciones con los demás y que sirvan para aprender.

Cuando nos sentimos obligados por el otro, en vez de aceptar esa coerción, debemos defender nuestro punto de vista. No hablamos aquí de enfrentamiento, sino de confrontación. Confrontar es poner frente con frente, es decir, multiplicar idea con idea y obtener otras diferentes. Aprender a confrontar, por tanto, será un avance en la relación con los demás. Los equipos necesitan experimentar y avanzar en la forma en la que confrontan las ideas. La buena confrontación se aprende experimentando algunos comportamientos relacionales, como son el saber coexistir aceptando otras opiniones, es decir, experimentar el verdadero concepto de tolerancia, cooperar con los demás a través de la ayuda mutua y llegar a un acuerdo consensuado en pos de un objetivo común para alcanzar la verdadera colaboración.

No obstante, en los equipos de trabajo surgen conflictos de difícil acuerdo, cuando esto ocurre hay que apelar a la misión y valores del grupo, es decir, racionalizar el para qué y el por qué existe el grupo. Esta reconducción no se debe de hacer tratando los valores como normativa inviolable, ya que hay que evaluar en profundidad las causas de las diferencias que se han producido para tomar en cuenta las distintas opiniones.

Es aquí donde reside el gran dilema de la resolución de los conflictos, pues dejar que los conflictos afloren y se solucionen puede cuestionar las normas previas y eso incidiría en cambios en la forma en que  el equipo está siendo conducido, o en cambios de la normativa que sostiene la organización. Aceptar eso depende de la capacidad de adaptación de las personas con más autoridad (formal o informal).

Por tanto, un equipo ha de definir unos sistemas para gestionar los conflictos que generen una verdadera cultura del consenso y entrenar a sus integrantes en la habilidad de relación entre ellos. Las organizaciones en equipo difícilmente son perfectas, pues llegan hasta donde llega la capacidad de sus integrantes para resolver los conflictos.

Evolución de las organizaciones: Hacia la holocracia

Está probado que conforme los grupos van aumentando su disposición a involucrarse más en la toma de decisiones, fruto de la experiencia y motivación por el trabajo realizado, la organización y el estilo de dirección del grupo debe de ir cambiando para que los resultados sean más efectivos.

Si aceptamos que la cultura va cambiando a un ritmo más elevado que nuestra genética, queda claro que deberemos adaptar una organización grupal conforme va evolucionando la cultura para poder sostener en el tiempo los cambios que se produzcan. Hay que aceptar que cada cambio que no es genético se va superponiendo en la cultura anterior en vez de sustituirla, por ello y a pesar de los años de evolución cultural, siempre quedan comportamientos ancestrales que interactúan con los nuevos. Esa mezcla cultural hace que en una empresa o institución puedan convivir distintos estilos de dirección y organización más o menos adaptados a la situación de cada momento.

Si unas personas inician una actividad grupal con inseguridad y baja capacidad, la mayoría de las veces por falta de confianza o inexperiencia, necesitarán un estilo de dirección y organización que aporte seguridad y aclare las tareas a realizar. Este estilo impulsor e instructivo tenderá a una organización centralizadora, es decir, las personas que asumen la responsabilidad de dirigir el grupo deberán situarse en una posición central donde puedan interactuar con todos los miembros. Este tipo de organización solo se debería de dar en etapas iniciales de la vida de un grupo y también en relación al número de personas que lo componen, pues en una posición mono-cefálica (una sola cabeza) los que dirigen tiene la capacidad limitada para dar instrucciones. En cuanto la disposición de las personas comience a aumentar, fruto de una participación en las ideas, el estilo de dirección ha de cambiar y se debe poner en marcha una reorganización.

Evolucionar en la forma de dirigir conforme aumenta la disposición y capacidad del grupo no es fácil, pues la posición de autoridad y jerarquía que aporta el ser la única cabeza responsable dota de un poder de influencia sobre los demás que es muy atractivo. Además, el propio grupo se acomoda a esa estructura mono-cefálica a pesar de la desmotivación que ella pueda ocasionar.

Parece que las sociedades humanas requieren de jerarquías, muchas de ellas imaginadas, para ser dirigidas; es una organización más fácil en un primer momento de actuación, a pesar de que con el tiempo generan una injusta discriminación. Como expone Harari en su estupendo ensayo De Animales a Dioses: “Una y otra vez, la gente ha creado orden en sus sociedades mediante la clasificación de la población en categorías imaginadas. […] Todas estas categorías han regulado las relaciones entre millones de humanos al hacer que determinadas personas fueran superiores a otras desde los puntos de vista legal, político o social”. Por tanto, debe de hacerse un esfuerzo por cambiar tanto el estilo de dirección como la organización antes de que se agraven el desempeño y las relaciones.

Cuando se observa que el grupo empieza a estar más interesado en la participación y que puede aportar ideas para la toma de decisiones, aunque sea una situación temprana, es el momento de empezar a delegar y caminar hacia una etapa organizativa transitoria. Esta evolución consiste en el traspaso de más responsabilidad al grupo para que entre ellos se organicen de forma autónoma sin ninguna persona designada que les dirija, es decir, permitiendo la auto-organización.

El objetivo es llegar a una organización en equipos autónomos y con metodologías ágiles donde la autoridad y la toma de decisiones se distribuyan de forma horizontal en equipos transversales integrados entre sí. A esta organización en equipos autónomos capaces de trabajar de forma independiente de la jerarquía, pero interdependientes entre sí, se les denomina de distintas formas como holocracia, células de trabajo, squads, o tribus.

Tenemos muchos ejemplos de este tipo de organización integradora en proyectos estratégicos que abordan algunas empresas, como migraciones generales de sistemas informáticos, expansión internacional a otros países, lanzamientos de nuevas áreas de negocio, etc. Esta organización requiere de una participación de todos en la toma de decisiones, una vez que todos hayan aceptado y comprendido el desafío o propósito del equipo. También necesita de una estructura más flexible en la determinación de los roles, contando que el intercambio y ayuda mutua en las tareas es imprescindible. Por último, ha de tener unos procesos más ágiles y sencillos, ya que las relaciones informales son en sí mismas una forma de comunicación efectiva para la toma de decisiones consensuadas

Por tanto, cambiar la organización delegando el poder de las decisiones en los niveles ejecutores, limitando el poder de los niveles jerárquicos, ajustando las estructuras a las personas que componen el grupo y agilizando los procesos para fomentar las relaciones entre los integrantes, es la única forma de evolucionar en la dirección y organización empresarial. Hay una clave: el desarrollo de la habilidad para trabajar en equipo; una forma de trabajar que debemos aprender, pues no nos viene impreso en nuestros genes y la herencia cultural lo ha ido olvidando en estas últimas décadas de individualismo.

La organización de un grupo de personas para formar un equipo

Ayudándonos de alguna experiencia propia en organizar grupos para algún proyecto, podemos definir cuáles son los elementos que garantizan la buena organización hacia la formación de un equipo.

El propósito y la estrategia consensuada

El primer elemento fundamental en toda organización sería asegurarse que el grupo tiene claro el propósito y lo comparte. Este elemento en las organizaciones humanas es prioritario. En la organización de un grupo se ha de definir la misión y asegurarse de una buena comunicación y aceptación por parte de las personas del grupo. Junto con el propósito hay que definir de manera consensuada la estrategia y los planes de acción, es decir, cómo vamos a conseguir ese propósito, los caminos y las tareas que habrá que realizar para llegar a conseguir el objetivo del grupo.

Estos dos elementos, propósito y estrategia, conforman un primer par de elementos en la organización grupal, uno sin el otro no se puede dar. Son la parte primaria de la organización del grupo y en la que se basan todos los demás aspectos de organización. Si un grupo empieza su andadura sin establecer objetivos y estrategias será muy difícil organizarse. No es muy efectivo definir un objetivo sin detenerse a pensar en la estrategia o viceversa, estrategias que, aunque minuciosamente definidas tienen una deficiencia en el objetivo, es decir, que no se tiene claro dónde se quiere llegar, son improductivas.

La flexibilidad en los roles en función de las personas

La estrategia y planes de acción van a definir tareas que hay que realizar y deben especificarse en unos roles determinados. Es necesario agrupar las tareas en distintos roles que determinen una sinergia en función del esfuerzo, las características y la relación entre ellas. No es efectivo que todos hagan de todo ni todo sea responsabilidad de todos. Es importante que al definir estos roles debe tenerse en cuenta las cualidades de las distintas personas que componen el grupo; por tanto, la distribución de las distintas personas del grupo entre los roles a desempeñar será flexible. Las personas no tenemos los mismos talentos para el desempeño de los roles. Habrá que ajustar cada rol funcional a la persona responsable.

Estos dos elementos, estructura de roles y personas, conforman el segundo par importante en el que de nuevo uno sin el otro es imposible para una eficacia en la organización. Si determinamos unos roles perfectos en su definición estructural pero no existe persona con las cualidades necesarias para ejecutarlo, estaremos perdiendo el tiempo. Tampoco es válido tener personas con altas capacidades y talento y no definir cuáles serán sus responsabilidades, ya que esas personas no sabrán cómo aprovechar sus competencias y tenderán a desmotivarse y frustrase al no poder evaluar de forma clara sus resultados medidos en el cumplimiento del rol.

Importancia de formalizar las relaciones con procesos

Por último, una vez definidos los roles y las personas que se responsabilizarán de llevar término las estrategias para conseguir el propósito, deben definirse las interacciones a nivel de información y comunicación que serán necesarias para que el grupo conozca en cada momento la situación del trabajo y pueda controlar el cumplimiento de los planes o la corrección de los mismos. La definición de la interacción se realizará marcando las relaciones necesarias entre las distintas personas del grupo, ya sean a nivel individual o grupal.

Estas relaciones deben formalizarse en unos sistemas o procesos de información y comunicación. Mantener relaciones es muy importante, pero si no están formalizadas pueden ocasionar muchos problemas en los grupos de trabajo. No se trata de evitar las relaciones informales entre el grupo, estas siempre existirán y son muy necesarias para las organizaciones humanas, pero hay que definir cuáles son formalmente imprescindibles para que la información fluya a la hora de la toma de decisiones.

Por tanto, la definición de relaciones y su sistemática serán el tercer par que completa una buena organización de un grupo. Las relaciones sin procedimientos o sistemas no son muy efectivas. Muchos grupos establecen formas de relaciones amplias y profundas entre sus miembros, y es cierto que en un principio fomentar este elemento en la organización es positivo, pero si no hay un proceso o sistema de comunicación establecido para delimitar cuáles de esas relaciones son necesarias en la toma de decisiones, el chismorreo y la hiper-comunicación terminarán por deteriorar los vínculos que se hayan establecidos. Por el contrario, establecer sistemas o procedimientos de toma de decisiones que no fomenten las relaciones entre las personas promoverá que el proceso se vuelva automático sin la efectividad del análisis emocional ni la flexibilidad que necesita toda toma de decisiones.

¿Cómo es la organización más efectiva de un grupo de trabajo?

Organizar un grupo de personas hacia un fin determinado ha dado lugar al desarrollo de muchas teorías en toda la bibliografía empresarial. Quizás es el proyecto en el que más esfuerzo se invierte por parte de los dirigentes de empresas, asociaciones e instituciones. Lo que en otros animales viene por herencia biológica, es decir, por un código genético que regula la actividad social (la perfecta organización de los insectos es un claro ejemplo), en el ser humano lo tenemos por herencia cultural, por un código de tradiciones. Nuestros genes no nos marcan nuestro rol dentro de una organización grupal, pero la tradición y la educación nos ofrece una guía para vivir en sociedad repitiendo lo aprendido de una generación a otra. El éxito de nuestra evolución es que en cada generación esos caracteres van generando nuevos patrones de conducta.

Cuando varias personas se unen en torno a un propósito común en un grupo de trabajo, este debe ser conducido de manera comunal por medio del entendimiento común y con ese instinto de sociabilidad desarrollado en nuestra evolución. Si esto se consigue, el desarrollo y la solidez del grupo estarán garantizados. A través de la historia observamos que hemos sabido organizarnos en clanes y en familias, en gremios y sociedades, en asociaciones y cooperativas que son ejemplos de buenas organizaciones para lograr propósitos exigentes y altas metas.

Aunque los grupos de personas tenemos capacidad de conducirnos por nosotros mismos, se han establecido muchas formas de organización que no siempre han sido efectivas. Podemos observar que la centralización en un poder absoluto que tome las decisiones, planifique el trabajo, incentive el esfuerzo y controle los resultados, aunque se rodee de personas que ejecuten las órdenes, es una fórmula organizacional arcaica que en la mayoría de las situaciones actuales no consigue durar a medio o largo plazo.

También verificamos que cada vez quedan más obsoletas las organizaciones jerarquizadas donde las personas son colocadas en una casilla del organigrama y operan desde su lugar, sin más. Estas organizaciones encasilladas dificultan el trabajo transversal interdepartamental y fomentan que las decisiones se tomen en niveles jerárquicos altos, donde a menudo se está alejado de las tareas y las realidades sobre las que hay que decidir. Además, para la mayoría de quienes están en la base de una pirámide organizacional, el trabajo no supone pasión ni sentido por la poca influencia que tienen en la toma de decisiones.

Por último, a veces las experiencias de organizaciones abiertas donde todo el mundo se involucra en todo y las acciones de comunicación llegan a ser excesivas e improductivas hasta convertirse en una carga extra, tienden a ser organizaciones caóticas que tampoco aportan una solución ideal al problema organizacional.

Parecería que no hay una organización perfecta, ¿cuál sería, entonces, un modelo de organización grupal más efectivo?

Al analizar los factores que van a influir en que una organización consiga facilitar los resultados del grupo, podemos observar que son variados en función del emprendimiento y de la madurez de las personas que vayan a ejecutarlo. En primer lugar, van a ser muy valiosos los conocimientos y habilidades de los individuos que componen el grupo de trabajo, pero tan influyente será ese factor como el de las interacciones o relaciones que se den entre ellos.

La organización de un grupo de personas también tiene relación con el estilo de dirección que se utilice para coordinar la ejecución, ya que una organización no puede evolucionar más allá del mismo. Es por eso por lo que la improductividad y la inmadurez en los grupos humanos es un buen caldo de cultivo para la intervención de estilos de dirección autoritarios que pongan orden y eviten un estallido generalizado.

Este tipo de dirección autocrática, que promueve un principio de convivencia pacífica, existe con demasiada frecuencia en nuestras organizaciones. En el trabajo serio, el mando y la disciplina son de poco provecho. Se requiere, por tanto, de una organización en la que se fomente la iniciativa e involucración de las personas ya que este sería el verdadero trabajo en equipo que para ser efectivo se habría de organizar de forma natural, con consciencia de solidaridad humana y de dependencia recíproca.

El estilo de dirección en los equipos es necesario e importante, pero nadie duda de que en un buen equipo la dirección se ejerce de una manera reconocida y no se ha de confundir con el poder impuesto que otorga la jerarquía. Por tanto, el estilo de dirección que tenga un grupo de personas puede impulsar el sistema de organización hacia atrás, como una involución con una figura de autoridad impuesta por jerarquía y poder; o hacia delante, como una evolución donde surgen autoridades naturales y espontáneas basadas en las habilidades, la influencia y el reconocimiento.

El Valor de una Empresa

Una empresa es inherente a la evolución social de la humanidad, esa esencia evolutiva debe de ir unida al concepto de empresa por siempre, por más que se determinen otros propósitos. Todas nuestras organizaciones e instituciones actuales deberían funcionar sobre esa base, de otra forma no tiene sentido la formación de un emprendimiento humano. Regenerar lo que una empresa es, en el más profundo sentido de su significado, nos ayudará a entender para qué están.

La palabra empresa proviene del vocablo «emprender», que significa ‘comenzar a prender’; es decir, concebir una idea de acción, una visión para encenderla en otras personas, que prenda en ellas para que se organicen de manera que trabajen juntas y aporten su individualidad en pos de un objetivo común. John Naisbitt y Patricia Aburdene, en su libro Reinventando la Corporación, comentan que para alcanzar todo nuestro potencial como individuos, como organizaciones y como países, necesitamos una misión, un verdadero sentido de propósito.

Por más que lo hayamos complejizado, una empresa no deja de ser un emprendimiento que une a un grupo de personas con un fin y con unas reglas determinadas. Como consecuencia de la variación de creencias sociales, ha ido variando el tipo de fines y el tipo de organización, pero esta idea básica debe seguir manteniéndose.

Si detallamos aún más el significado podremos entender que actualmente muchas organizaciones son verdaderas empresas y muchas otras empresas no llegan a serlo, aunque se denominen así, por la falta de alguno de ellos.

Una empresa necesita una misión. La misión indica el para qué, qué se pretende conseguir con el emprendimiento, qué se quiere satisfacer, qué se quiere aportar, cuál es el propósito. Los propósitos casi siempre están en la línea de la utopía; a veces parecen inalcanzables, pero si no fuera así se quedarían en metas a corto plazo. La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un mundo mejor, decía Anatole France. De Cristóbal Colón, fundador de La Fageda (una de las empresas modélicas actuales de Cataluña), escuché que la clave del éxito de su emprendimiento ha sido soñar, la única condición indispensable para hacer lo que han hecho. En las distintas iniciativas empresariales, estas misiones pueden estar más o menos alineadas a las necesidades sociales de la cultura de cada lugar y de cada momento. El éxito en los distintos emprendimientos que se inician no solo depende de eso, sino de cómo esa misión logra transformar la cultura donde se inició, es decir, logra una evolución. Es fácil crear un proyecto focalizado en una necesidad consciente en el momento presente, lo difícil es crearlo enfocado en una necesidad futura que genere un avance evolutivo.

La misión debe de ir acompañada de unos valores. Una misión sin valores estará incompleta, una misión que no explique el por qué, tendrá pocas posibilidades de éxito para conseguir verdaderos esfuerzos de quienes quieran participar de ella. Los valores son el fundamento de la convivencia de un grupo y la razón de ser de las misiones emprendidas. Dan orientación a nuestras acciones y proveen de sentido, de dirección y guía nuestras ocupaciones. En una organización con una cultura sana es esencial que los valores sean compartidos y explícitos, es lo que mayor sentimiento de pertenencia genera. Explícitos en la misión de la organización y compartidos para que se internalicen a nivel individual, y así se esté dispuesto a trabajar por ellos y para ellos con el resto del equipo.

La cultura de un grupo humano está relacionada con lo que es valioso para las personas que lo conforman, con sus creencias y motivaciones. No es posible vivir éticamente sin creencias o valores, la ética no trata de discutir moralmente los valores, sino de la necesidad de tenerlos compartirlos y seguirlos. Una misión desprovista de una definición de los valores que la apoye no tiene fundamento, no tiene base donde sostenerse. Los valores son los cimientos de la convivencia y de la atracción de personas hacia la misma misión. A través de ellos se establecerán las normas de vida de la empresa, se orientarán las estrategias y se proveerá de unas reglas que sirvan para unificar la dirección deseada.

Con estos dos elementos (misión y valores) un grupo de personas puede funcionar. Las misiones con sus valores pueden ser diversas y bajo esta óptica podemos considerar empresas organizaciones tales como cooperativas, organizaciones no gubernamentales (ONG), organizaciones no lucrativas (ONL), fundaciones, partidos políticos, comunidades religiosas y en general todo grupo de personas que se encaminen hacia un fin determinado con unos valores definidos.

Si una empresa no tiene una misión social tiende a convertirse en un negocio especulativo, pues realmente no sirve a la evolución humana. Para realizar un negocio especulativo hay que definir a quién se le va a robar, a quién se va a engañar, cómo y con qué. Hemos vivido en una época de explosión de negocios especulativos, que llamábamos empresas, pero en el fondo no han sido emprendimientos de verdad. Esta explosión de negocios ha estado fomentada tanto por la cultura imperante del dinero y afán de lucro por el lucro como por los programas educativos empresariales que se han orientado en exceso en ese sentido. Un indicador de ello es que las Escuelas de Administración de Empresas cambiaron su nombre por Escuelas de Negocios (Business School), y el 80 % de sus programas se dedican a las finanzas. Sin embargo, es más ético administrar una empresa que un negocio.

El concepto de liderar

Liderar ha generado muchos y diferentes significados en el mundo empresarial y organizacional. Se viene empleando para definir multitud de facetas relacionadas con la dirección de un grupo de personas. El significado más extendido de liderazgo es el de guía: persona que lleva o impulsa a un grupo hacia un destino fijado.

Impulsar a un grupo hacia un destino no es lo mismo que llevarlo. La función de llevar no se corresponde con la de liderar, sino con la de dirigir, y corresponde al responsable o administrador de un grupo de personas. Por tanto, la imagen del líder como una persona que comanda y protege a sus seguidores hacia un destino es errónea. Definir el liderazgo como la dirección o guía de un grupo es una idea equívoca. La idea de liderazgo ya no comulga con la idea de la persona ungida que guía a los demás.

Lo que asemeja a todos los líderes de la historia es el hecho de que todos consiguieron romper el statu quo imperante y cambiaron una creencia arraigada, un valor determinado o un principio establecido. Como consecuencia, se estableció una nueva forma de comportamiento.

Ese cambio o transformación es el legado que cada líder deja de su actuación, ya que se inicia con ellos, pero perdura después de su existencia. El liderazgo está relacionado con la facilitación de la evolución. Es cierto que la evolución de las sociedades humanas se da de forma natural, pero son facilitadas por las personas que ejercen el liderazgo.

Las organizaciones cambian de manera intencionada cuando una masa crítica de personas se lo propone. Cualquier intento de forzar el cambio despierta resistencias, por lo que el ejercicio de liderazgo ha de influenciar en una mayoría de personas del grupo.

La definición e importancia del liderazgo como promotor de cambios está, además, identificada por la proactividad y viene determinada por la necesidad que todo grupo u organización tiene para hacer evolucionar de manera voluntaria su cultura. Un cambio forzado ante una situación insostenible no se debe confundir con el liderazgo. Deberíamos hablar de solucionadores de crisis o de problemas, pero nunca de líderes.

Cuando en una organización o cultura se produce una crisis se debe a la falta de liderazgos que hayan empujado al cambio de manera proactiva antes de que el problema ocurra. El líder enfrenta a las personas con desafíos y las saca de su zona de confort para que estas tomen decisiones de cambio.

Esto parece fácil, el problema es la mala relación que tenemos con lo desconocido y con la incertidumbre, entre la seguridad y lo nuevo. Todas las personas pasamos por este dilema que se establece entre la seguridad de seguir igual y la libertad de hacer algo diferente. Para liderar hay que atreverse a sostener el difícil equilibrio entre la seguridad y la libertad, comportamiento difícil actualmente cuando la cultura ha asociado el concepto de felicidad al de seguridad.

Colaboración e individualismo, el reto de una efectiva confrontación

Es cierto que el hombre existe para la sociedad tanto como la sociedad para el hombre, como decía Aristóteles, pero hay que cuidar de no caer en los errores que nos pueden llegar a destruir porque la tolerancia no es una herencia genética en los humanos. Pequeñas diferencias de raza o identidad son suficientes justificaciones para discriminar o exterminar a los demás. Pareciera que el avance evolutivo de los humanos nos hubiera convertido en animales xenófobos, cuando tanto los buenos como los malos, de alguna manera, estamos siendo discriminadores.

Cuando en una civilización u organización social afloran mucho las diferencias particulares, el divorcio social y los intereses antagónicos van en detrimento de la colaboración, la solidaridad y el apoyo mutuo que deben de caracterizar a todas las comunidades. Al proliferar sentimientos excluyentes que imponen la lucha como mecanismo para sobrevivir, la competitividad entre las personas destruye una cultura competente y el conflicto acaba imponiéndose como base del sistema social. Competencia y competición poco tienen que ver, hasta que la segunda elimina a la primera y termina con la propia civilización u organización que la creó.

El individualismo siempre ha existido y existirá, pero si se erige como valor o norma termina con la sociedad que lo impone. Con el Renacimiento, en el siglo XV, nació un tipo nuevo de individualidad que fue creciendo hasta manifestarse en el siglo pasado como un individualismo desenfrenado que continúa, de momento, a principios del siglo actual. Como la historia de la humanidad nos enseña, eso es lo que podría acabar con nuestra civilización. Jared Diamond en su libro Colapso hace un recorrido por las distintas sociedades que han colapsado y casi siempre ha sido por motivos similares: agotamiento de los ecosistemas, sobrepoblación y dinámicas sociales competitivas que provocan grandes diferencias.

Es cierto que para que existan organizaciones comunitarias y podamos vivir en comunidad, es necesario que se cumplan condiciones especiales de gobierno y de gestión, pero la clave está en aprender a colaborar hacia un objetivo común a través de una efectiva confrontación, y no esperar que se dé una coincidencia total de ideas.

El problema es que la confrontación de ideas puede derivar en un conflicto, y un conflicto puede ser destructivo si siempre el grupo mayoritario, o con más poder, gana. La confrontación es una práctica que se ha convertido en sinónimo de lucha. Es triste que en muchos grupos sociales se evite la confrontación o disidencia, precisamente porque se relaciona con la disolución; por el contrario, una confrontación ética es lo que salvaría al grupo de su destrucción.

Un conflicto puede ser constructivo, las relaciones estables de verdad surgen de los conflictos y al final las personas nos desarrollamos y maduramos trabajando en los conflictos. Muy pocas personas han aprendido la habilidad de gestionar los conflictos que surgen en los grupos de trabajo para que la confrontación sea una práctica que nos aporte una nueva idea común más cercana a todas las ideas individuales. Confrontar es poner frente con frente, multiplicar idea con idea y obtener otra que sea un entendimiento mayor.

El liderazgo 2: Un ejercicio peligroso.

“Liderar es vivir peligrosamente, porque cuando ejerces el liderazgo, cuando conduces a las personas a través de un cambio difícil, desafías lo que ellas más aprecian (…) quizás sin poder ofrecer otra cosa que una posibilidad incierta.” Comienzo con una cita de Ronald Heifetz, investigador, profesor y consultor en liderazgo en Harvard, y que creo uno de los mayores pensadores actuales sobre el tema.

En los proyectos que participo como consultor veo y admiro a personas que se movilizan con un interés de ir más allá que la mera consecución de los resultados, que se la juegan en su afán de transformar las organizaciones en las que trabajan, para lograr que evolucionen hacia un mundo mejor.  No se da este comportamiento en personas que tengan puestos con más responsabilidad, son en general personas, que independientemente de la jerarquía, tienen ese ímpetu por mera vocación. Transformar una organización, un sistema, es romper con un status quo establecido. Cuando alguien se atreve, el grupo lo identifica como alguien que rompe con las expectativas y los intereses del propio conjunto. Frustrar las expectativa de los demás requiere valentía y estrategia y esto es un ejercicio que además de cansador es desgastante para la autoridad del que lo ejerce, por eso no todo el mundo está dispuesto a hacerlo.

La primera cualidad a poner en práctica para liderar es pues la valentía, que no la violencia ni la agresividad con la que desgraciadamente se confunde el término en España, no se trata de ponerse chulesco ni agresivo, sino de tener valores fuertes y resiliencia para soportar los ataques de las personas resistentes al cambio, que van a pretender destruir la  confianza y autoestima del que pretende hacerlos cambiar. Las peores técnicas para este ataque no son las del enfrentamiento directo (que también se dan), sino a través de la ignorancia, la ridiculización y la humillación. Esa práctica es tan común en esta tierra, antes llamada España, que el deporte nacional es la envidia en donde como decía Valle-Inclan, es la ténica de los mediocres para que todo el mundo sea como ellos. Aquí no se soporta el que sobresale, se le intenta destruir como sea.

Acabo de llegar de Brasil de trabajar con un grupo de managers que me ha recordado tanto la situación  en España que me ha hecho pensar en escribir estas líneas. La mayoría de ellos sólo tenían el sentido de ser managers para dirigir un grupo hacia la consecución de los objetivos, algunos pensaban en que fueron elegidos también como agentes de cambio,  pero casi todos se han quejado mucho y bastante de que se han encontrado un ambiente hostil y contrario al cambio para el que fueron elegidos. He vivido unos días intensos de “crisismo” que denomina Julen Iturbe a esta situación, por eso me recordó mucho a España. Lo más increíble es que aceptaron el reto con una gran ilusión y fuerza moral, pensando quizás que la actitud hacia el cambio era favorable al ser seleccionados para ello. Dirigir el cambio no es lo mismo que liderarlo, pero creo muchas veces las personas que asumen este desafío, no son conscientes de la dificultad y el trabajo que se tiene si verdaderamente se quiere ser agente de cambio.

En esta situación actual que nos encontramos necesitamos de más gente valiente, de más gente que se atreva a liderar cambios desde las organizaciones, empresas y grupos a los que pertenecemos. Es una labor de todos y compartida como dije en mi anterior artículo. Necesitamos no sólo un cambio de la clase política, sino de la clase social, en donde haya líderes valientes y estratégicos que actúen con pragmatismo. Que no parezca que el español medio se ha convertido en un ser anestesiado y con pocas ambiciones transcendentales, cómo escuché una vez fuera de nuestras fronteras. A ver cómo apoyamos a esos valientes que en esta situación de “estabilidad” y parálisis en la que estamos, han decidido liderar un verdadero cambio rompiendo con el “status quo” establecido.

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